viernes, 3 de septiembre de 2010

El viaje de Silvia. Retrospectiva



El cine nos lleva de la mano (XII)

Una tarde, caminando por el viejo barrio de La Ribera, simulé que salíamos de Barcelona o que nos marchábamos definitivamente. Fue una puesta en escena a la que Silvia asistió sin darse cuenta, porque su objetivo era seguirme a todas partes con la confianza que depositó en mí.
Habíamos visto a una amiga de la universidad –exactamente una muchacha del curso de Silvia- en la Barceloneta, y con ella habíamos tomado lo de siempre para refrescar: Horchata y coca cola.
También se había cumplido un objetivo de la agenda de mi querida huésped. Desde los primeros días, me habló del Hospital del Mar. A mí me llamó la atención que alguien quisiera venir a Barcelona para, entre otros lugares, visitar el Hospital del Mar. No tiene nada de especial, arquitectónicamente hablando, a diferencia del Hospital de Sant Pau que sí está en la ruta del Modernismo. Pero está claro que cada uno tiene sus motivos. El caso es que Silvia tenía un motivo fetichista. Quería situarse físicamente en el mimo lugar donde Pedro Almodóvar emplazó su cámara para realizar una escena, para ella importantísima, de Todo sobre mi madre, aquella película de suspense rodada en Barcelona mucho antes de que Woody Allen nos hiciera el honor. Así que entramos al Hospital del Mar y subimos a la primera planta. Nos situamos en los cristales panorámicos de la sala de espera haciendo silencio. Mientras Silvia recordaba la escena que tanto la marcó, yo miraba a la gente cómo jugaba en la arena y tomaba el sol en topless. Casi se podían tocar los bañistas. Era verdaderamente contrastante el recogimiento que deja el interior de un hospital con respecto a un cuadro perfecto de playa.
¡Tantos años cerca de esa imagen tan poco usual y nunca la había buscado! Ni siquiera la había pensado. Tenía que venir Silvia para llevarme a lugares nuevos. Es así de grande el concepto del espacio, porque lo que sí está comprobado es que dentro de una ciudad hay muchas ciudades. También Silvia quiso que fuéramos a la Plaza del Duque de Medinaceli, recordando otra escena de Almodóvar. Allí nos sentamos un rato. Silvia comprobó lo deteriorado que está el entorno de la Plaza al estar clausurados muchos de los edificios antiguos de alrededor y lamentó una ruptura, la de la imagen que se había hecho antes de estar ahí. Aun así, apreció la fuente. Se quedó un rato jugando con el agua que sale de los tritones. Yo recordé ese mismo lugar, que está en la parte baja del Barrio Gótico, a través de un trámite que tuve que realizar un día ya lejano. Allí está el Registro Civil de Barcelona, uno de los zumos de la burocracia que nada tiene que ver con la arquitectura.
El viaje que yo había simulado, la salida hacia ningún lugar dejando atrás momentos de esperanzas y otros de decepciones, tenía su puerta en una estación cercana. A nadie que no la conozca se le puede ocurrir que pueda haber en esa zona una estación de trenes que sin soterrar. Por el centro de la ciudad ya no pasan trenes visibles porque los han enterrado todos, con el propósito de descongestionar el tráfico que, aun así, sigue congestionado. Pero esta estación de la que hablo no podía desaparecer. Es grandísima en todos los sentidos. Se le llama todavía Estación de Francia recordando que antiguamente salían de allí los trenes hacia el país vecino. La han dejado con algunas rutas regulares hacia el interior de la provincia pero, al instante de salir de ella, los trenes se sumergen en el subsuelo. Me encantan esas puestas en escena que se adaptan a los nuevos tiempos respetando el pasado. Siempre he dicho –y lo mantengo- que la prosperidad que tuvo o tiene una ciudad está planteada objetivamente en la arquitectura, siempre que las obras valiosas no se destruyan, por supuesto. En los breves minutos que estuvimos en el interior de la Estación de Francia, Silvia disfrutó de un reposo mientras yo pensaba que salía definitivamente. Como en realidad sucedió cuando, en tren, dejé Barcelona por Gijón. Aunque es obvio que volví.

(Continuará…)

Foto del autor
La Estación de Francia hace mucho tiempo dejó de ser la más importante de Barcelona, aunque todavía funciona a media máquina para no caer en el olvido. Se construyó para la segunda Exposición Universal celebrada aquí en 1929 y, como muchas obras de esa época, su estilo modernista de apoya fundamentalmente en el hierro. Está considerada una de las más bellas estaciones de España.

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