jueves, 2 de septiembre de 2010

El viaje de Silvia. Retrospectiva



Un día para “hacer las Américas” (XI)

Mi padre murió sin conocer Sitges. Tampoco conoció Barcelona ni conoció nada de España. Pero sé que en uno de sus mapas tenía circulado a Sitges. La razón nunca me la explicó, seguramente porque no le dio tiempo. La vida no quiso que diera tiempo de reencontrarnos con tranquilidad y hablar sin apurar ni una coma, ni un pensamiento. Desde su balcón, que era un puesto de observación marítima y celeste, cambió las coordenadas de aquel pueblo la última vez que lo vi. Le dije que me había encantado Sitges y le pregunté por qué ese lugar:
-No te lo puedo explicar –me aseguró-, solo sé que está aquí-. Y señaló el centro de su pecho.
Pero este cuento no se lo he hecho nunca a María ni a Silvia. Hay muchos detalles de la última conversación que sostuve con mi padre en su balcón de La Habana que no he podido siquiera procesar. Primero que todo estoy aún procesando la noticia de su muerte prematura. Su ausencia irremediable que me lleva a todas partes con los puños apretados hasta que logro relajarme. Hace poco estuve en el Cementerio de Colón de vuelta con las despedidas; estuve sentado a su vera una tarde de tormenta calurosa pensando en que volvería a La Habana sin que hubieran tiempos revueltos; o sea, sin esa pauta pertinaz –hace muchos años dejó de ser provisional- que nos ha marcado el mismo gobierno en dos cuartos de siglo.
Me robé una piedrecilla desprendida de su bóveda a causa del tiempo y la traje en mi bolso, para dejarla en Sitges y con esto cerrar un círculo. Pero el día que llevamos a Silvia no la encontré. Para ser honesto, se me olvidó.
Ese día –que fue una tarde- nos hizo un tiempo espléndido e íbamos sobrados de tranquilidad. Nuestro plan era que Silvia conociera un pueblo aledaño a Barcelona con mucha historia nuestra. Es un pueblo de Indianos donde se puede ver la arquitectura colonial –comenzando por la iglesia al lado del mar- y se respira un aire caribeño en el paseo con palmeras. Es un regalo que nos ha hecho el Mediterráneo para que los del otro lado del Atlántico no perdamos las esperanzas de encontrarnos a nosotros mismos, una vez instalados como destino en un lugar que fue un punto de origen. Historias de ida y vuelta matizadas en los barrotes de los grandes ventanales de las casas, en sus patios interiores y en los nombres de las calles.
Sé que hay pueblos mediterráneos más indianos que Sitges –Begur, por ejemplo-, pero el caso es que el que circuló mi padre nos queda a dos pasos de Barcelona. Allí, siempre que voy, encuentro a un cubano gay, Tony, a quien desde estas páginas declaro embajador extraordinario y plenipotenciario de nuestra querida isla. Verlo y tomar un café con él es más que un suvenir: es un viaje en sí mismo. Simpático y hedonista como muchos de nosotros, le contó su vida a Silvia con detalles de conquistas incluidos. María ya conoce estas jornadas y se dedica a observarnos mientras nos remontamos a un ámbito social cubano que ya no existe. Es pura nostalgia desgranada entre copas –como la película-, que vamos bebiendo en cada lugar donde Tony nos presenta. Como si fuera un marqués o, prescindiendo de los títulos nobiliarios, como si fuera un verdadero embajador. Tony descansa su alma allí, apoyado en la libertad de proyectos que se pueden ostentar, porque Sitges, sin lugar a dudas, es una zona de tolerancia sexual que vive del espectáculo. La demarcación también presume de un festival internacional de cine de terror y de uno de los carnavales más famosos de la península, pero su principal atracción al uso está en ser un paraíso gay.
Para pasear y alargar una tarde/noche está perfecto el lugar; para comerse una paella a la orilla del mar, también. Nos habíamos apuntado a la paella antes de llamar a Tony por teléfono. Con él hicimos la sobremesa y terminamos –no me acuerdo por qué razón- en los bares de la famosa Calle del Pecado.

(Continuará…)

Foto del autor
Una imagen de ambiente tomada en el paseo marítimo de Sitges. En esa calle hay un merendero llamado El Chiringuito que fue el primer lugar en España denominado así a orillas de la playa, en 1913. Según reza en una de las paredes, Chiringuito era un café, antiguamente, en Cuba.

4 comentarios:

Criticartt dijo...

Hola Jose Ignacio, me ha encantado tu post....seguro que tu padre tenia alguna razón muy fuerte para tener a Sitges en su corazón...la verdad és que entre Sitges y La Habana hay una relación muy fuerte. Existen interesantes estudios publicados donde explican la historia entre los que marcharon de aquí para hacer la fortuna en Cuba.... en alguno de estos libros puedes encontrar alguna pista....

Ya me contaras

Jorge Ignacio dijo...

Gracias, Beli ARtigas, por visitar este blog. Estuve mirando el tuyo sobre arquitecura de Barcelona,leyendo algo sobre el Palau Robert, el gran desconocido, como dices, un sitio por el que solemenos pasar casi cada día sin detenernos en él. No sé si será coincidencia o causalidad pero mi padre se llamaba Roberto. Es cierto que tenía a Sitges como un destino importante, creo que estuvo leyendo alguna vez sobre Sitges y se enamoró del pueblo a través de la imaginación. A mí me encanta visitar Sitges. Ciertamente, tiene ese aire colonial. ¿Cómo encontraste mi blog? un saludo.

Criticartt dijo...

hola Jorge!!!!gracias por interesarte por mi blog.... la verdad es que el post sobre el Palau Robert era un poco pesado, pero era una cuestión personal...... mi tema principal és sobre patrimonio arquitectònico, arte, política... de Sitges....y para estar al dia de todo entro en google noticias y blogs y pongo la palabra Sitges... y así llegué a tu página... Saludos

Jorge Ignacio dijo...

Pues ojalá nos encontremos algún día en los caminos de Barcelona y alrededores. enlazo tu blog en el mío. un abrazo, Beli.