viernes, 10 de septiembre de 2010

Tomás Barceló in memóriam



La verdadera historia de una foto (aunque no es menos cierto que la verdad es relativa) I

Llevo años mintiendo sobre la autoría de la foto que usted ve ahora a la izquierda. Mintiendo a medias, ya que en realidad fui yo el que apreté el obturador de mi cámara Canon AE1 Program, con la que obtuve buena parte de mi archivo de negativos en blanco y negro sobre el teatro cubano de los años 90. Disparé una vez que la escena estaba montada y que la actriz –lo es en realidad- caminaba a lo lejos rompiendo con su cuerpo la línea del horizonte.
Fue en Playitas de Cajobabo, en Imías, Guantánamo, el lugar por donde desembarcó José Martí para hacer una revolución en Cuba, según cuenta la historia. Estábamos allí dos periodistas de la Revista Bohemia, el fotógrafo Tomás Barceló y un servidor, acompañando en su periplo a un grupo de actores de teatro infantil guantanamero que cada año llevaba –o lleva, no lo sé- su retablo a los lugares más intrincados de las serranías del oriente cubano, a lugares donde no hay luz eléctrica y donde mucha gente nunca ha visto una marioneta. Zonas de silencio. Primero lo realizaban a lomo de mulas y luego consiguieron un camión soviético para llegar más lejos.
En marzo del año 2000 se me ocurrió ir con ellos e invité a un fotógrafo que nunca desechaba las aventuras. No era un viaje cómodo, por descontado, pero era un trabajo que nadie quería hacer porque los periodistas estábamos más adecuados a los hoteles con buena comida. Tomasito me dijo que sí enseguida y entonces tramité los pasajes -en avión- hasta la cabecera provincial. Lo que sucedió en esos quince días es una historia larga que quizá algún día me anime a contar, porque tiene de todo: aventuras, miedos, intrigas e historias de amores efímeros. Sin embargo, producto de ese viaje salió esta foto, que tengo colgada en mi casa y que, a veces, regalo a personas que me agradan.
Cuando digo que la foto es mía me refiero a que yo la hice, o sea, ese fue mi encuadre, pero Tomasito captó otra imagen paralela que jamás he visto y creo que no veré. Él fue el de la idea mientras que el que consiguió a la modelo fui yo, porque la chica es mi amiga. La convencimos para alejarnos del grupo y hasta ese escenario nos fuimos los tres una tarde medio lluviosa y por supuesto tórrida. Desde que emigramos –él hacia Córdoba, Argentina, y yo hacia Barcelona- perdimos el contacto hasta que Facebook nos volvió a unir. Pero, ciertamente, Tomasito casi nunca utilizaba las redes sociales modernas, al menos que me conste.
En el verano de 2009 llegó a Barcelona Laurie Frederick, una antropóloga estadounidense que estuvo con nosotros en aquella cruzada teatral. Estaba investigando para su tesis sobre antropología escénica y el destino quiso que nos conociéramos en el extremo oriental de Cuba. Recordamos muchísimo al travieso de Tomasito –era muy arriesgado para conseguir buenas imágenes, llevaba un aventurero dentro- y entonces le mostré la foto y le conté esta historia a Laurie. Ella me preguntó que quién es la actriz y yo me guardé el secreto. Poco tiempo después me enteré de la muerte prematura de Tomasito en Argentina. No me dio tiempo a comentarle nada sobre esta foto que hicimos ni a decirle que yo omitía el detalle de explicar que fue él quien preparó la escena, porque esta gráfica no es espontánea.
Esta semana me salió de pronto su perfil de Facebook y me puse a mirar, cosa que nunca había hecho porque no me gusta el morbo. Además, una vez leí que es muy difícil dar de baja en Facebook a un finado, que es un proceso tan largo que incluso es preferible dejarlo correr. Tomasito continúa allí y sus amigos dejan en su perfil un recuerdo. Por mi parte, luego de sentir que en realidad no somos nada y a la vez sí somos algo en el tránsito por la vida, me encontré frente a la disyuntiva de retirar la foto de la pared de mi casa, o contar abiertamente la verdadera historia de un click que para mí guarda un grandísimo recuerdo.
Ni Tomasito ni yo nos dimos cuenta de que el vestido, que está en primer plano, quedó demasiado bien puesto en el suelo. Seguramente estábamos más ocupados en el andar de la modelo que en otra cosa. Así de bien la pasamos en una aventura altruista con el teatro a cuestas y durmiendo a ras de tierra. De regreso, nos fuimos solos él y yo por Baracoa. En la temida Loma de la Farola, Tomasito se le enfrentó a un policía que nos quería revisar el equipaje. El agente buscaba traficantes de aceite de coco y de bolas de cacao. Tuvo que pedir refuerzos porque Tomasito se negó a enseñarle el interior de su mochila. No la abrió de ninguna manera. Así era él de digno.
Gracias, Tomás Barceló, por viajar conmigo. A cada rato me acuerdo de ti por tu apellido catalán, que devino en marca de ron y referencia de hoteles.
Hasta siempre.

Nota: Esta es una trilogía que tiene continuación en II y III partes.

Foto del autor
Nunca vi cómo Tomás Barceló compuso esta imagen. Ignoro si su negativo existe todavía. El original mío lo traje a Barcelona.
Tomasito tenia un blog. Su último post lo dedicó a bromear sobre la inmortalidad. ¡Y vaya personaje que escogió!

1 comentario:

Irina Morán dijo...

Claro, asi era nuestroTomás!! gracias jorge por tus relatos. En Córdoba vivimos tan intensamente como en Cuba. Te mando un beso
Irina