martes, 7 de septiembre de 2010

El viaje de Silvia. Retrospectiva



El amor está en el agua (XIV)

Jose se enamoró de Silvia, como suele ocurrir en los casos en que una mujer le planta cara a un hombre. Plantarle cara, quiero decir en términos duros. No fue exactamente así, sino que cuando Jose le puso gesto de aburrimiento diciéndole que en Suecia la gente suele ser distante y fría, ella respondió en el acto, mirándole a los ojos:
-¡Pero yo no!
Y sé muy bien que esos emplazamientos suelen desconcertarnos y terminamos a sus pies. En primer lugar, muy poca gente mira a los ojos hoy en día. Este acto de relación se ha convertido en un detalle, cuando debería ser un vehículo idóneo de comunicación. Luego, la sonrisa dibujada suavemente indica que el impulso viene de adentro y no de la parte periférica o superficial del cuerpo. Y una tercera apreciación que tengo –tal vez Jose no- es que a las mujeres miopes les es difícil esconder su sensualidad porque ya las gafas mismas les hacen perder el pudor.
A todo esto hay que sumar que Silvia tiene una apariencia asiática, solo de rostro, porque de cuerpo es envueltica en carnes. (Ahora lo es: cuando estábamos en la universidad, lo ha dicho ella misma en sus memorias, era sumamente delgada). Cuando habla, se juntan otros parámetros para los que supuestamente Jose no estaba preparado. Esos cubanismos que utiliza para matizar su mundo sueco son bastante atractivos. Así que el dueño del local nunca dejó de ser anfitrión mientras conversábamos, ya casi al irnos, con una barra y sus banquetas atravesada en el camino. Primero me preguntó con sensatez si yo seguía con mi mujer y luego atacó a Silvia directamente al corazón.
Jose también sabe reírse para caer bien. Es alto y mulato, con acento portugués, obviamente. Lo primero que consiguió fue que Silvia tomara un ron especial en lugar de una cerveza, dejándonos la botella sobre la mesa como había dicho en otro capítulo. Después comenzó a trabajar una posible salida para encontrarse a solas con ella, y para esto se lanzó creo yo que demasiado, teniendo en cuenta que las mujeres cubanas aceptan sin muchas contemplaciones porque adoran compartir momentos con desconocidos:
-Te invito a cenar una noche-le propuso delante de mí, ya que estábamos en comunicación abierta y Silvia se había tomado el ron a secas; o sea, sin hielo.
Eso es bastante inusual aquí. Creo que a él le excitó esa situación, muy por el contrario de lo que suele suceder cuando una mujer no cambia por nada del mundo su gintonic o su vaso de cerveza. Y encima que demuestre no tener prisa. Jose nos demoró a pesar de que María estaba esperándonos en casa. Recuerdo que estuvimos el mismo tiempo en la barra tratando de pagar, el mismo tiempo que el que estuvimos en la mesa de afuera. Como es de suponer con tipos elegantes que son los dueños del negocio, nos invitó a una segunda copa y esa nos la tomamos delante suyo sin hablar de fútbol ni nada por el estilo.
Los días siguientes, Silvia estuvo pensando en la proposición de Jose. Le hubiera gustado vestirse para la ocasión y aparecer en el bar sin aviso.
-Hola. Vengo para la cena que me prometiste-le diría al mulato a quemarropa.
Hubiera sido buenísimo, pero Silvia no estaba para aventuras superficiales, por mucho que Barcelona le transmitía buenas vibraciones y el calor, quiera ella o no, suaviza las decisiones del cuerpo y de la mente en lugar de contraerlas.
Una noche la dejamos sola porque mi mujer y yo teníamos un compromiso familiar. La dejamos localizada en casa con uno de nuestros móviles a mano. Yo estaba seguro de que Silvia iría al centro para descubrir las luces de la ciudad que poco había visto y, de paso, casualmente, llegaría por el bar de Jose. Pero de regreso de nuestra cita familiar, tarde en la noche, la encontramos en la terraza mirando las estrellas. Había ido al centro pero no quiso pasar a ver al mulato. Se reprimió el deseo porque estaba segura de que volvería a Barcelona alguna otra vez y la vida la llevaría de nuevo por el bar. O no.
No tenía prisa.
Encima de la mesa, había una botellita de plástico de medio litro entre las cosas que iba a guardar en su equipaje. Porque Silvia se marchaba pronto. Había pasado por la Fuente de Canaletas –que no es una fuente sino un bebedero que está en Las Ramblas- y no solo había tomado agua para garantizar un retorno, según marca la tradición; sino también había rellenado la botella para llevársela a Malmö.
Agua de Barcelona.
Este lugar ha dejado de ser abstracto en su mente para convertirse en un surtidor concreto de energías e imágenes. Jose, estoy convencido, viajaba en la botella como un suvenir.

(Continuará…)

Foto del autor
Como Marilyn Monroe, pero sin alzar el vestido.

3 comentarios:

Silvita dijo...

Ay, Jorgito, ese Jose debe ser la candela! Y siendo amigo de ustedes, ya venía recomendado. Pero yo estaba enamorada, como das a entender, de Barcelona. Por si fuera poco, el corazón roto nunca está solo.
Qué lindo regalo me estás haciendo con esta serie! Me tienes embobada! :D

Jorge Ignacio dijo...

Sé que no estabas para historias tipo "matando y salando", pero a Jose le respondiste muy bien. Me alegra que te haya gustado, tuve que terminar la serie porque corría el peligro de inventarme cosas ...besos.

Silvita dijo...

Ya te veo! Aunque me encantaría leer ficción firmada por ti. Algún día?
Besitos!