lunes, 19 de diciembre de 2011

Dos recuerdos norcoreanos



Notas necrológicas por oficio

1. Cuando murió Kim il Sung –el padre del dictador que, según los cables, acaba de fenecer en un tren, de una fatiga-, me enviaron a la guardia rotativa en la casona de la Avenida Paseo, donde tiene sede la embajada del “hermano país” comunista. Aunque yo era de la página de Cultura, me tocó un turno horripilante de oficio, de esos que dejan a uno meditando sobre varias cosas de la vida, con el tiempo colgando de una situación que podía o no producirse. En este caso, el objetivo era la visita de Fidel para firmar el libro de condolencias. De la redacción, quien coincidiera con el máximo líder revolucionario, debía presentar una nota informativa ajustadísima a las normas del Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba. Yo sabía hacer notas informativas, por supuesto, pero nunca había redactado una sobre el autócrata cubano. Tendría que buscar primero en un libro de estilo la retahíla de cargos del comandante, porque no me la sabía de memoria. Luego, aunque mi nota saliera mal, la correcta, la requerida, que era la que leería el César, estaría confeccionada por algún especialista aunque llevara mi firma. Por eso no debía preocuparme, sino por las repercusiones que acarrearía el hecho en mi futuro profesional. Pensando en la infinidad de cargos de Castro, en cómo construir un lead clásico para Granma, al mismo tiempo contemplaba la magnificencia de aquel palacio ajardinado, y me pregunté quiénes serían sus dueños originales. ¿Dónde estarían?¿Y qué hacía este servidor allá adentro, si lo mío, hasta esa fecha, fue pasar por esa calle en bicicleta? Llegaron ministros y militares de alto rango, pero, por suerte, el delirante señor que esperábamos el fotógrafo y yo no apareció en nuestro turno.

2.
De repente brotó en la Redacción de noche un hombre muy flaco, fumador, con un reloj muy grande o muy pesado colgando de una muñeca. Lo pusieron a revisar errores gramaticales y de composición de las páginas nacionales. Tomaba algunas decisiones sin importancia, pues, las grandes, debía consultarlas con alguno de los subdirectores que estuviera de guardia. Era un periodista reciclado. ¿Pero de dónde venía? Ah, una vez me lo contó. Había sido corresponsal en Corea del Norte, correctísimo él, de nombre Juan Carlos. Sabía guardar los secretos y al mismo tiempo ser común y corriente. Me dijo que los norcoreanos son tan planificados que, durante su estancia, le daban, de una vez, la comida para todo el año. O sea, tres o cuatro sacos de arroz. Lo miré sospechosamente y a él le dio la impresión de que no le creí. La anécdota, por supuesto, se quedó en mi vida para siempre.

En la imagen, Kim Jong-il, recientemente fallecido, hijo del gran dictador de Corea del Norte. Los varones de esta estirpe tienen asegurado el trono del país asiático. Se parecen mucho.

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