sábado, 17 de diciembre de 2011

La fama alcanzada a pulso


Todo depende de cómo vienen esos agentes que abrirán las puertas, si es que vienen. Depende de estar en el momento preciso y en el lugar indicado para que un promotor “descubra” a un talentoso o talentosa artista; o artesana. Así que, viendo la semblanza de Cesaria Evora, que fue “descubierta” a posteriori, a uno le quedan ganas de soñar ya no con el éxito -¡esa cosa rara!-, sino con la plenitud.
Porque a ella hubo de pasarle de todo –incluso una racha alcohólica- para que su voz fuera reconocida en los cuatro puntos cardinales de este Planeta, en las cuatro esquinas, teniendo en cuenta esa chiquitica extensión del mapa existencial del ser humano. Cantó las mornas –música regional- como nadie, primero en los bares de pescadores de Cabo Verde, recién independizado este archipiélago de la colonia lusa, y luego en el Olympia de París, donde la querían especialmente.
Cuando la tuve delante, en los jardines del Hotel Nacional, mientras la entrevistaba para el periódico, me desconcentré absolutamente mirando sus ojos con estrabismo y sus pies por si acaso estuvieran descalzos, que sí lo estaban. Andaba cómoda por La Habana, con batas anchas y el pelo corto, sin presunciones de nada que no fueran aquellos músicos cubanos que la acompañaban a todas partes. Sus instrumentistas, algunos, habían sido miembros de la filarmónica nacional de Cuba.
En el teatro volvió a aparecer descalza y entonó durante casi dos horas ese criollo proveniente del portugués en el que mezclaba algunos giros del español. Su voz venía del pecho y no de la garganta. Era fabulosa, suave, melódica. Nada que ver con el glamour. Se lo ganó todo a pulso, entonando letras que escuchó toda la vida en las tabernas.
Acaba de morir Cesaria Evora y todavía no me lo creo.
70 años es muy poco para una voz especialmente bella, aunque hay que decir que la diva tuvo tiempo para recorrer el mundo, ya de mayor. La recordaré frente a mí en un lugar donde no sé si volveré a estar.

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