lunes, 19 de marzo de 2012

Desmontando el populismo



"Querida Anita", le llamaba el presidente Correa a la entrevistadora


El viernes pasado, tarde en la noche, la periodista de TVE Ana Pastor lanzó en twitter la invitación a ver su diálogo con Rafael Correa, presidente de Ecuador y de visita en España. Pastor, cercana, constante aunque comedida en las redes sociales, decía que estaba muy cansada, que la conversación había sido intensa. Esta mañana pudimos comprobarlo.
Correa es, para los latinoamericanos, ese conocido líder con labia que parece apadrinar a los pobres e introduce recurrentemente en su discurso a los Estados Unidos como proveedor fundamental de enemigos. Sonriente, rápido en responder –porque tenía automatizada la respuesta aunque lo disimule-, tratando de ser jovial –“Anita”, le llamaba constantemente a la periodista- y portando una camisa bordada, alusiva al folclor regional, aceptó el reto que significa sentarse frente a una de las entrevistadoras más sagaces del ámbito ibérico, heredera tal vez de la escuela de periodismo británica que suele ser bastante agresiva desde la media distancia.
Y ahí estuvo tal vez el principal error de Correa, al tratar de acercarse más de lo debido. Su diminutivo al nombre de ella no funcionó como suele funcionar habitualmente en el argot popular latinoamericano. Este no era el caso y el presidente tuvo que rectificar. Como también rectificó recientemente cuando trató de censurar el periódico El Universo, opositor político.
Está claro que Rafael Correa es más pasable que Chávez, que no muestra en apariencia su origen castrense –aunque sí lo recordó en la entrevista-, que su locuacidad está calzada por un verbo mucho más potable que el del venezolano, aunque nunca a la altura de la envolvencia del viejo Castro, pero su táctica del tú a tú que suele utilizarse demagógicamente no le funcionó.
El más fino candidato a introducir el discurso populista ahora en boga otra vez, aceptó esta entrevista tal vez para colar por una hendija ese “amoroso” tono de cercanía que alimentó durante muchos años la ilusión de un mundo mejor; pero que, con la caída del Muro de Berlín, ya no tuvo pared ni apenas argumentos en los que sustentarse.
Vea la entrevista aquí.

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