Me graduaba en la carrera y había que conformar un escenario. La Facultad de Periodismo buscó un jurado. Nosotros –Alina Méndez Bravet y el que escribe-, encontraríamos un tutor y un oponente. El tutor fue Jesús Gómez Cairo, entonces director del Centro de Investigación de la Música, y en cuanto al oponente no hubo otro mejor que Leonardo Padura Fuentes, a la sazón periodista dominical de Juventud Rebelde, incipiente novelista, especialista en béisbol y, para mi sorpresa, un excelso conocedor de música popular bailable.
Padura fue, más que un oponente, un mecenas confabulado con la investigación. Nuestra tesis se llamó Arsenio Rodríguez, del mito a la sombra, pero, como debe suponerse, no había casi bibliografía sobre el importantísimo sonero ciego que dejó atrás su país, incluso antes de que emergiera la dictadura. El “oponente” –lo encierro entre comillas con toda conciencia- nos facilitó El libro de la salsa, del venezolano César Miguel Rondón, editado fuera de Cuba en 1979. Aquello era como La Biblia. Si mal no recuerdo, el propio “oponente” lo calificó así.
El resultado de la investigación fue un volumen todavía inédito que obtuvo el máximo de calificación como trabajo universitario y fue recomendado para publicación. Padura opinó que la estructura no era la más correcta, pero el contenido y el recabado de información eran elogiables.
Con esto quiero decir que aquel hombre se involucró en un tema que cualquiera hubiera pasado de largo. De los que se fueron de Cuba, el gobierno no quería saber nada. Padura se sumó a la brillante idea de la entonces decana de la Facultad –Magali García Moré- de propiciar investigaciones nuevas más allá del típico trabajo de tesis para analizar la prensa cubana de tal fecha a tal fecha. Fue un escenario inaudito. Hubo muchas tesis novedosas, atrevidas y hasta contestatarias bajo el paraguas de aquello que se dio en llamar Productos Comunicativos, en lugar de fríos manuscritos escolásticos.
Agradecido siempre, leí luego Fiebre de caballos, la primera novela de Leonardo Padura editada por Letras Cubanas en 1988, donde el narrador comenzaba a incluir su fórmula de mezclar el género policíaco con una receta de cocina y ciertos pasajes eróticos. Quedé encantado con la novela.
A la vuelta del tiempo, lo vi en bicicleta, atravesando las líneas de tren que discurren por debajo de los elevados de la zona del puerto. Todo un peligro. Yo pensé que un escritor como él no se merecía correr semejante riesgo. El peligro no es ir en bicicleta, lógicamente, sino transitar por esas calles de La Habana llenas de baches donde los automóviles no frenan o frenan mal por el deterioro.
Con los años, me fui leyendo su saga detectivesca que, siempre bien escrita, pretendía demostrarnos que el realismo socialista era cosa del pasado. ¿Un policía/escritor, mujeriego, bebedor? ¿Un personaje que regresa de Angola en una silla de ruedas? En fin, ¿un agente de la policía cubana que es un perdedor? Nada más lejos del arquetipo creado por la revolución.
Y luego, Padura se convirtió en el escritor mimado que lo mismo publicaba dentro que fuera, con editoriales importantes del panorama iberoamericano. O sea, el escritor que sale, entra y no se queda en el exilio.
Ahora, en estos días, acaba de decir, en un panel administrativo del gobierno, que los escritores del exilio que no quieren publicar en Cuba son unos fundamentalistas. Me parece, como mínimo, una falta de respeto.
¿O es que acaso, en lugar de fundamentalista, no existe la palabra dignidad?
¿Por qué una persona –ya no un artista- a quien le han quitado todos sus derechos en el país donde nació tiene que bajar la cabeza infinitamente?
Pero Padura va a más.
A partir de la polémica creada, en su alegato, publicado en un sitio web de Miami, coloca sutilmente unas comillas delante y detrás de la palabra democracia. Parece mentira que un hombre que ha viajado mucho escamotee la verdadera libertad de expresión del ciudadano común, con la llegada de internet y los espacios de periodismo ciudadano. Algo que es imparable, la verdad sea dicha. Él sabe perfectamente que, en ese “monstruo” llamado Capitalismo –asumo las comillas totalmente- solo hay que poder pagarse una conexión para navegar. Y navegar significa poder expresar lo que uno quiere.
En el país donde él eligió quedarse –que es el de todos nosotros que nos exiliamos- se dijo que no había internet porque hacía falta un cable que llegaría de Venezuela. El cable, según se ha conocido, ya llegó. La isla, no obstante, continúa desconectada.
Pero, claro, es bastante posible que el novelista Leonardo Padura Fuentes pueda conectarse a la red desde la isla con un permiso especial.
Su posición de distanciamiento hacia el exilio –su alegato, que arremete metafóricamente contra la otra orilla, se titula Los profesionales del odio-, da a entender que los bloggers y escribas del exterior funcionan organizados y con salario. Nada más lejos de la realidad. Lo que sobra es espontaneidad. Si estuviéramos organizados y con salario otro gallo cantaría.
1 comentario:
A veces me da miedo y espanto la ignorancia que lleva a los extremos ideologicos de gente que un dia admire.Ahora me pregunto si muchos en realidad no eran tan brillantes y se trataba solo de una gran farsa donde algunos,en ventaja informativa, nos tomaron por tontos a todos en Cuba.Fundamentalismo es aislar a un pais y es desterrar en masa a muchos de sus hijos por un dogmatico fanatismo ideologico.A lo mejor,esta bien merecido que algunos crucen por debajo del paso elevado del tren en la zona del puerto de La Habana y "vivan" su propia y absurda realidad que condena a los demas fanaticamente.UN SALUDO:ROBERTO.
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