La confusión hizo blanco en el nombre de José Antonio Nicolás Zorrilla, intérprete y compositor santiaguero que acaba de fallecer en Barcelona
presuntamente a causa de un infarto cardíaco, casi al cumplir 49 años, tal
y como informa el sitio Diario de Cuba.
Fue su mujer quien dio la noticia, desde el Muro del
propio creador, sin apenas explicaciones en medio del dolor.
-Mi esposo ha muerto...
-Mi esposo ha muerto...
Hasta que no se despejaron los caminos, hubo muchas
dudas, e incluso alguien llegó a pensar que Nicolás, como se le conocía
ampliamente en el mundo musical, era gay.
Por supuesto, quienes lo teníamos como amigo en las redes
sociales, nos aferramos a esa idea.
Pero no. La verdad era absolutamente triste.
Tan joven todavía y actualizando su Estado casi a diario
en Facebook, el propio internauta había cambiado su foto de Perfil apenas 24
horas antes de morir.
Entrar en su página de esta red social –como mismo
sucedió con el fotógrafo y amigo cubano Tomás Barceló Cuesta, fallecido
repentinamente en Argentina - es un durísimo ejercicio de visualización. Parece
que el sujeto está vivo todavía.
Parece que su pulso anda por ahí informando a la peña y
Compartiendo enlaces.
Es el precio que hay que pagar por estar al día con las
amistades.
Nicolás se había establecido en la Ciudad Condal en 1997.
Según los cálculos de este humilde cronista, por esa misma fecha se fundaba y
hacía época en La Habana el septeto Jóvenes Clásicos del Son, con un título de
Nicolás: No pueden parar.
Ernesto Reyes Proenza, director y contrabajista de Palma
Soriano, juntó a unos cuantos santiagueros que andaban por La Habana y le puso
voz líder a su grupo con el negro habanero Pedro Lugo Martínez (Nené), además
del percusionista y ex vocal de Sampling Sergio Pereda, entre otros. Y entonces
echó manos de un compositor que, hasta
que se marchó de la isla, dejó la calle Heredia, de Santiago, hecha un
hervidero.
En esa calle, vale la pena recordarlo, es donde se crían
los soneros, y no en la calle Enramada como a veces se tiende a pensar.
La conexión de Jóvenes Clásicos del Son con el trovador
Nicolás ha servido a estas horas para completar un itinerario que –como en los
años 1920 con el ejército La Permanente, durante el gobierno de José Miguel
Gómez- comienza en Santiago de Cuba y termina Dios sabe dónde. Porque el
trovador (cantautor o como se quiera) nunca pierde su esencia trashumante y
deja profundas huellas por la transmisión oral. Los trovadores cubanos son esos
rapsodas antiguos que no descansan nunca, calle Heredia arriba y abajo y, de un
tiempo a esta parte, rodando por el mundo.
Las circunstancias políticas de una isla tan rica y tan
triste como Cuba han lanzado al exilio a juglares de todo tipo. ¡Y ojalá uno
fuera juglar!
Pero, desgraciadamente, los que no poseemos el don de la
poesía –no de creer en ella- tenemos que contentarnos con el espacio íntimo
creado a lo largo del tiempo.
Los escenarios están hechos para aquellos quienes, como
Nicolás, no caben dentro de sí mismos y cuya dotación natural para compartir –canciones
o lecturas- es mucho más grande que cualquier cosa.
En su Muro se puede mirar una convocatoria reciente para
su concierto en la Rambla del Raval; sus pensamientos deseando una Cuba libre
de tiranos; su pulso, en fin, enlazando cosas diversas que sin embargo
convergen.
Y claro que convergen:
Nicolás y este
cronista compartieron una manifestación frente a las puertas del consulado
cubano en Barcelona, hace escaso tiempo, donde pedimos libertad de expresión y
de movimiento a nuestro pueblo. Él con una bandera –la nuestra- que ha sido incorrectamente
manipulada por el Poder.
Un fatal accidente cardiovascular –si se confirma de esta
manera su muerte- lo tiene cualquiera. Lo que no posee todo el mundo es el
valor de plantarse frente a la cara de la dictadura, y más con una obra hecha y
reconocida institucionalmente dentro de la propia isla.
¡Ay, esa isla!
¡Como duele!
Adiós, poeta.
Foto del autor: José Antonio Nicolás ondea una bandera
cubana en los predios del consulado de la isla en Barcelona.
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