(Para Lucía)
Nadie puede asegurar que quien inspira esta crónica no me
interrumpirá.
La veo venir, nada sensacional, sino seria y confundida,
a las 2 de la madrugada, rompiendo el silencio con algún lloro que no por conocido
deja de ser asombroso, sobre todo a esa hora en la que la percepción de la
realidad cuelga de una brocha gorda.
Salimos del túnel del sueño, pues, con el aviso de que no
podemos estar tan lejos, de que necesitamos tocarnos para no perder ni un
minuto de cohesión luego de haber perdido varios en la primera entradilla de la
noche. Es la niña, sí, es ella quien llama.
¿Será un efecto cariñoso, desesperadamente trágico en
medio de la nada en que se encuentra cuando abre los ojos y no ve más que
oscuridad, si por casualidad piensa en nosotros en sus sueños y quiere
materializarnos en el acto?
¿Y cómo, tan pequeña, es capaz de mirarnos con recelo si
estamos distraídos más allá, en la
habitación contigua? ¿Y cómo a esa hora lo baila todo si su cuerpo no se
sostiene todavía en pie?
¿Cómo sabe diferenciar lo que es para bailar y las
canciones de cuna que la tranquilizan?
¿Será su mundo tan sensorial aunque para nosotros esté
equivocado?
¿Qué le provocan Las
cuatro estaciones de Vivaldi?
Sentada y en ese momento con un centro de gravedad casi perfecto, la
niña deja pasar las primeras notas; nos mira ahora sonriente interpretando uno de sus
mejores papeles que es el de moverse alegremente de la cintura hacia arriba;
con los brazos alzados dibujando con levedad el vuelo de un ave, pero dudamos
del gesto porque su vocalización, silvestre, goza de cierto aire de
carnaval. Su rostro enseña los dos dientes que tiene.
Vivaldi no es para eso. Pero existen perversiones mayores.
2 comentarios:
Bellisimo relato !!!!
Precioso! Tienes una sensibilidad capaz de convertir lo cotidiano en maravilloso. Gracias y felicidades.
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