Me duele
profundamente cuando alguien de buena
fe, con encanto además, sea un elegido del cáncer. Ya sé que le puede tocar a
cualquiera, pero uno no deja de recibir el apretón interior de pecho cuando se
desayuna con la terrible noticia de que un ser querido ha muerto de repente.
Concha García Campoy, 54
años, acaba de morir en Valencia.
Fue la presentadora de
la televisión española que me acompañó cada día en Las mañanas de cuatro,
cuando el autor de este blog era un desempleado –no totalmente porque me gusta
escribir- y el mundo y sobre todo el tiempo le hacían líos en la cabeza. Ella,
con ese saber estar, transmitía desde la pantalla cierta seguridad que al menos
a mí me insuflaba optimismo.
Era como la expresión “no
todo está perdido”. La misma televisión con sus programas de cotilleo rebasaban
mi paciencia, en esa incertidumbre del emigrante que mata poquito a poco, cuando uno no tiene adónde ir más allá del destino que ni siquiera eligió.
Con ella se
relativizaban más fácilmente las cosas, ya digo, por esa seguridad que
insuflaba. Además, era hermosa, atractiva, al menos para mí.
Era diferente.
Se hacía respetar.
Se fue a la porra cuando
Telecinco compró a Cuatro, o lo que es lo mismo, compró a CNN. Y ahí se acabó
la buena televisión, la más seria que había por aquellos 2008, 9 ó 10. Ya ni
recuerdo.
Concha pasó a
continuación a Telecinco y ahí, al parecer –lo digo porque me fui de España- le
avisaron de que tenía leucemia y ella dijo que lucharía con todas sus fuerzas,
contando con el cariño de la audiencia.
54 años, ¡manda carajo!
¡Qué injusta es la vida!
Adiós, te recordaré,
guapa.
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