Para Valia Garzón
La Casita, de la calle 8
con Galiano, es un sitio donde se come bastante bien, casero, y a precio
razonable. El ambiente me recuerda alguna cafetería de El Vedado. Tal vez El
Potín, salvando las distancias con el delicioso restaurante con terraza que
hace esquina (¿existirá?) en Línea y Paseo.
Ahora tengo prácticamente
una oficina allí. Mis citas de trabajo y sociales transcurren de frente a una
carne ripeada, plátanos maduros y arroz blanco. O Vaca Frita. O tasajo en salsa
o frito, todo guarnecido con tostones o yuca con mojo. Y café al final.
El “cliente” de hoy pidió unas masas de cerdo
fritas, arroz blanco y yuca.
Nos pedimos una cerveza
antes para licuar de cierta manera todo el tiempo que había transcurrido entre
que nos graduamos de la Facultad de Periodismo de La Habana (fue en el 92) y
este encuentro en el Miami céntrico. Pero no pudimos conversar mucho porque
allí sirven rápido. Hay camareros constantemente sirviendo agua helada y
preguntando cómo va todo.
Veintiún años –él se
vino directamente aquí y yo había estado largo tiempo en Barcelona- pasaron
comprimidos por culpa de la degustación, además de las prisas, porque los dos
teníamos más trabajo que hacer.
De Jorge Ebro, cronista
deportivo de El Nuevo Herald, siempre me acordé en España. El río que lleva
como nombre su apellido es uno de los más importantes de la península. Pero no
solo por eso.
Cuidando ancianos en
Barcelona siempre salía a colación la Batalla del Ebro, una de las más largas y
sangrientas de la Guerra Civil.
La singularidad del
apellido hizo que lo llamáramos así durante toda la carrera. Mi tocayo logró
escaparse de Cuba –luego de intento fallido en rústica embarcación- a través de
México, mintiendo a las autoridades de la prensa insular. Como mismo hice yo un
año después. Un viaje profesional, un congreso que nos espera, en fin, nada más
lejos de eso.
Le ha ido bien. Tiene un
hijo nacido aquí y una mujer espectacular que lo atrapó en el último año de Periodismo,
cuando ya nos disponíamos a encauzar una vida “civil”.
Pero ella no vino hoy a
almorzar. Prefirió dejarnos solos, como si fuéramos una pareja de novios que
necesita hablar.
Ebro no pidió postre. Yo,
por supuesto, tampoco. Pedimos café.
A él lo tacho de la
lista, mientras sigo esperando otros reencuentros en el mismo lugar, que queda
a un tiro de piedra de mi oficina verdadera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario