viernes, 2 de agosto de 2013

Fondas de Miami (II)


Para Valia Garzón


La Casita, de la calle 8 con Galiano, es un sitio donde se come bastante bien, casero, y a precio razonable. El ambiente me recuerda alguna cafetería de El Vedado. Tal vez El Potín, salvando las distancias con el delicioso restaurante con terraza que hace esquina (¿existirá?) en Línea y Paseo.
Ahora tengo prácticamente una oficina allí. Mis citas de trabajo y sociales transcurren de frente a una carne ripeada, plátanos maduros y arroz blanco. O Vaca Frita. O tasajo en salsa o frito, todo guarnecido con tostones o yuca con mojo. Y café al final.
El  “cliente” de hoy pidió unas masas de cerdo fritas, arroz blanco y yuca.
Nos pedimos una cerveza antes para licuar de cierta manera todo el tiempo que había transcurrido entre que nos graduamos de la Facultad de Periodismo de La Habana (fue en el 92) y este encuentro en el Miami céntrico. Pero no pudimos conversar mucho porque allí sirven rápido. Hay camareros constantemente sirviendo agua helada y preguntando cómo va todo.
Veintiún años –él se vino directamente aquí y yo había estado largo tiempo en Barcelona- pasaron comprimidos por culpa de la degustación, además de las prisas, porque los dos teníamos más trabajo que hacer.
De Jorge Ebro, cronista deportivo de El Nuevo Herald, siempre me acordé en España. El río que lleva como nombre su apellido es uno de los más importantes de la península. Pero no solo por eso.
Cuidando ancianos en Barcelona siempre salía a colación la Batalla del Ebro, una de las más largas y sangrientas de la Guerra Civil.
La singularidad del apellido hizo que lo llamáramos así durante toda la carrera. Mi tocayo logró escaparse de Cuba –luego de intento fallido en rústica embarcación- a través de México, mintiendo a las autoridades de la prensa insular. Como mismo hice yo un año después. Un viaje profesional, un congreso que nos espera, en fin, nada más lejos de eso.
Le ha ido bien. Tiene un hijo nacido aquí y una mujer espectacular que lo atrapó en el último año de Periodismo, cuando ya nos disponíamos a encauzar una vida “civil”.
Pero ella no vino hoy a almorzar. Prefirió dejarnos solos, como si fuéramos una pareja de novios que necesita hablar.
Ebro no pidió postre. Yo, por supuesto, tampoco. Pedimos café.
A él lo tacho de la lista, mientras sigo esperando otros reencuentros en el mismo lugar, que queda a un tiro de piedra de mi oficina verdadera.




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