miércoles, 25 de julio de 2007

Parece que fue ayer


Me adoraban los mosquitos por mi adrenalina, por la sal o por el azúcar. Me esperaban en casa hambrientos, aburridos, confundidos con la noche. Conocían mis horarios y se organizaban para darme una salutación en la puerta. Eran una especie más de la fauna que habitaba aquellos días sin luz eléctrica, calurosos momentos tan fáciles de recordar. Era la rutina en la que convirtieron nuestros días, y a esa pesadez nos acostumbramos. Comíamos col hervida o revuelta con huevos la mejor de las veces. Tomábamos el agua fresca si acaso alguien podía fabricar el hielo con una corriente alternativa, porque alguien tenía una planta generadora que daba luz a la nevera, y ruido a todos nosotros. Veíamos la televisión en donde mismo estaba instalada la planta ruidosa, que era ilegal, pero generaba compañía. La planta funcionaba con combustión interna y fue comprada en otro país, en una tienda especializada en artículos para catástrofes. Soportábamos el ruido de la planta porque su beneficio nos era vital. Cuando los oídos se cansaban del motor, sacábamos el dominó para distraer la atención. Nos contábamos vida y milagro de cada uno de nosotros, hablando en voz baja para que el tono fuera el único índice de la discreción. Así conocimos la vida de los otros sin que fuera un sacrificio contarla. La poca carne que se podía conseguir se llevaba al fuego en el transcurso del día, y luego era un tema más de las tertulias en el portal de la casa donde estaba el aparato generador. Sin darnos cuenta, transcurrieron cuatro, cinco años pedaleando la ciudad de noche y de día, bañándonos a oscuras en los tiempos más críticos del fluido de electricidad. Los mosquitos nos esperaban en el cuarto de baño, a la salida de la ducha. Nos mordían la piel limpia de adrenalina, olorosa a jabón. El jabón era un producto absolutamente cuidado por nuestras manos, para que no cayera, para que el suelo no lo estropeara. Cuando no teníamos jabón, usábamos cualquier mejunje que hiciera espuma, que nos retirara la grasa de la piel. Innovamos artilugios de corriente directa con baterías de automóviles, capaces de alimentar la pantalla de nuestro televisor y de una lámpara auxiliar. La capacidad que lográbamos no alcanzaba para el ventilador. Los mosquitos hacían nubes en la zona del televisor, pero preferíamos espantarlos para descansar del ruido de la planta generadora de los vecinos. Cuando no daban nada interesante, o cuando no teníamos batería de automóviles, volvíamos a las reuniones sociales en las que también se hablaba en contra del gobierno. Las noches eran el momento propicio para confesar, para no estar solos, para no pensar solos. Nuestros aparatos electrodomésticos fueron conectados a una cajita que regulaba el voltaje, un celador que no daba la corriente hasta que no estuviera estabilizada. Ocho horas con luz eléctrica alternaban con otras ocho sin ese fluido. De mañana, de tarde y de noche. Así fue ininterrumpidamente durante varios meses en el caluroso verano de 1994. En años posteriores mejoró un poco la situación, pero los apagones siguieron. En el año más crítico les llamábamos alumbrones, porque lo opuesto era entonces innombrable. El país atravesaba una inmensa crisis energética. Dejaron de atracar los buques soviéticos que nos suministraban el petróleo. El campo socialista se apuraba por recuperar el tiempo perdido. Nosotros en Cuba seguíamos obligados a la oscuridad, al delirio, porque fue cuando narramos por primera vez nuestros sueños en alta voz, entre vecinos. Nuestros sueños más frecuentes se reducían entonces a una buena bicicleta, un acondicionador de aire y al fluido de la corriente por los cables de la ciudad. Ambicionábamos poco y, sin embargo, no éramos tan felices.


Verano 2007

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vivido y vivido relato. Mueve la acentuacion por las ies. Excelente lo que he leido aqui en estos dias. Saludos, machetico.

RIB no confirmo nunca si supo who am I. Pero esta red acerca, no doubt.

Jorge Ignacio dijo...

Me salió del alma, y me lo hizo recordar un apagón largo que tuvimos en casa en Barcelona. Estos relatos se mueven entre la realidad y la ficción, aunque hay más de realidad. Gracias por la lectura, machetico. El feeling en la red es maravilloso. Un abrazo.

Rodrigo Kuang dijo...

Hermano, lo triste del asunto es que parece acercarse, a estas alturas en que ya casi termina la primera década del XXI, otra tanda de oscuridad para los nuestros. Me veo en el 94, con mi hija de meses, dándole aire a las tres de la mañana con una revista, mientras a los adultos nos devoraban vivos los mosquitos. Me veo en unas vacaciones en Guantánamo, despertando a las cinco de la mañana bañado en un sudor pegajoso, luego de que se detuviera disciplinadamente el ventilador. Me veo apenas hace unos añitos llegando a Marianao después del trabajo, bajarme en Maternidad Obrera y mientras camino a casa, compruebo que el barrio, una vez más, me recibe a oscuras. Algunos faroles o lámparas recargables iluminando tímidamente las casas, y ese sentimiento de avanzar a ninguna parte, de estado de sitio perpetuo, del agotamiento que produce no ser feliz.
El 2004 se pareció mucho al 1994, y parece qie el 2009 tiene guardado un nuevo ciclo de estupidez estatal para los nuestros.
No hay nada que hacer salvo escribir, hermano, y esperar. Alguna vez se hará la luz también para nuestra nación.