
Estaba todo tan tranquilo que nos preocupaba la ausencia de nubes en un cielo impostor. Digo esto porque sé que el cielo se mueve, se traslada de un sitio a otro y a veces intenta confundirnos, como si no lo estuviéramos ya.
Después de la sorpresa comunitaria que recién comienza en Catalunya por la prohibición aquí de las corridas de toros –ayer se falló en el Parlament el nuevo mandamiento-, esta tarde los dioses nos trajeron una tormenta cargada de furia, con personalidad propia y un poco de altanería. Cielo negro y copiosa lluvia; truenos, rayos, centellas, cohetes al revés que, en lugar de buscar altura, perseguían la tierra; descarga descomunal de las nubes que venían trasladándose y se quedaron aquí, para atrapar a los bañistas.
Así fue. Todo el litoral estaba como siempre a las cinco de la tarde, esparcido entre los chiringuitos, bañistas y cervezas frías, una combinación tripartita que a día de hoy se presenta como la mejor apuesta de este verano más enigmático que esperanzador. Mientras se piensa si se sale o no de la crisis y cuánto puede durar esto, el bañista va a la playa y es sorprendido por una manga de agua enviada por Zeus. Quiero decir: el bañista se queda atrapado en la franja de mar, entre el horizonte oscuro y la línea del tren, porque los pasos inferiores se inundan, las rieras que bajan de los preciosos pueblitos del Maresme –el preámbulo de la Costa Brava- se desbordan y los chiringuitos no aguantan una andanada como esta y terminan convirtiéndose en refugios, más que en bares a precios relativamente duros.
Todo se va a la mierda, o lo que es lo mismo: se convierte en otro estado de agregación. Se trasforma, se transmuta, como la energía que da la vuelta.
El tren –lo mejor o peor, a partes iguales, que ha inventado el hombre en esta zona- deja de funcionar. Nadie espera un color así, mucho menos los maquinistas, acostumbrados a realizar el trayecto -casi hasta la frontera francesa- mirando los cuerpos desnudos a través de los espejos. Esta es una respuesta de Zeus que ha pedido la palabra. O una felicitación, pudiera ser, de acuerdo con su estilo de vida.
¿Será un preludio por mi cumpleaños?
Quiero pensar así en vísperas de mis 45.
¡Un gran calibre tiene este número!
Con el tema de las corridas de toros me detendré otro día, ya que este asunto recién comienza y no quiero restarle importancia al Dios griego más intempestivo y con más cabreo de este verano.
Después de la sorpresa comunitaria que recién comienza en Catalunya por la prohibición aquí de las corridas de toros –ayer se falló en el Parlament el nuevo mandamiento-, esta tarde los dioses nos trajeron una tormenta cargada de furia, con personalidad propia y un poco de altanería. Cielo negro y copiosa lluvia; truenos, rayos, centellas, cohetes al revés que, en lugar de buscar altura, perseguían la tierra; descarga descomunal de las nubes que venían trasladándose y se quedaron aquí, para atrapar a los bañistas.
Así fue. Todo el litoral estaba como siempre a las cinco de la tarde, esparcido entre los chiringuitos, bañistas y cervezas frías, una combinación tripartita que a día de hoy se presenta como la mejor apuesta de este verano más enigmático que esperanzador. Mientras se piensa si se sale o no de la crisis y cuánto puede durar esto, el bañista va a la playa y es sorprendido por una manga de agua enviada por Zeus. Quiero decir: el bañista se queda atrapado en la franja de mar, entre el horizonte oscuro y la línea del tren, porque los pasos inferiores se inundan, las rieras que bajan de los preciosos pueblitos del Maresme –el preámbulo de la Costa Brava- se desbordan y los chiringuitos no aguantan una andanada como esta y terminan convirtiéndose en refugios, más que en bares a precios relativamente duros.
Todo se va a la mierda, o lo que es lo mismo: se convierte en otro estado de agregación. Se trasforma, se transmuta, como la energía que da la vuelta.
El tren –lo mejor o peor, a partes iguales, que ha inventado el hombre en esta zona- deja de funcionar. Nadie espera un color así, mucho menos los maquinistas, acostumbrados a realizar el trayecto -casi hasta la frontera francesa- mirando los cuerpos desnudos a través de los espejos. Esta es una respuesta de Zeus que ha pedido la palabra. O una felicitación, pudiera ser, de acuerdo con su estilo de vida.
¿Será un preludio por mi cumpleaños?
Quiero pensar así en vísperas de mis 45.
¡Un gran calibre tiene este número!
Con el tema de las corridas de toros me detendré otro día, ya que este asunto recién comienza y no quiero restarle importancia al Dios griego más intempestivo y con más cabreo de este verano.
Foto del autor
Minutos antes de la tormenta, un ángulo del litoral mediterráneo tomado desde Badalona.
Minutos antes de la tormenta, un ángulo del litoral mediterráneo tomado desde Badalona.