lunes, 5 de julio de 2010

Los sobrevivientes (II)



Soy de aquellos que perdieron todo en La Habana, desde su casa y sus padres hasta algunos olores que ya obviamente no están. Ni hablar de viejas amistades regadas –bonita palabra- por el mundo a lo largo del tiempo. Con esta premisa tan dura como una piedra de río, me instalé estos días en el apartamento de mi padre, aun sabiendo que su ausencia definitiva me podía lastimar los pocos nervios firmes que me quedaban.
Pero ahí están todavía la viuda de mi padre y un hermano menor, sobreviviendo como mejor pueden ese día a día tan desgastante e incierto. Quiero decir: sin futuro. Ella ha dejado su trabajo de toda la vida y ha montado, junto con una amiga, una corporación para cocinar y luego vender tamales a domicilio. Así, me dijo, gana más o menos lo mismo pero no tiene jefe ni horarios que cumplir. Mi hermano se dedica a arreglar eternamente un viejo Moskovich que ya no es ni el asomo de lo que era, porque está tuneado con alerones y tubos de escape deportivos. El carro algún día podrá salir del garaje del edificio y dedicarse a trasportar pasajeros con destino a cualquier lugar; una manera común y corriente de buscarse la vida, ya que el transporte en La Habana continúa siendo una odisea en el espacio y nunca mejor dicho.
La Habana, para su suerte y desgracia, posee un radio tan amplio que un trayecto de punta a punta se considera un viaje interprovincial en términos de tiempo. Es cierto que han arreglado algunas calles últimamente, pero el mayor problema continúa siendo cómo trasladarse.
Jamás los americanos –los malos, el enemigo, para decirlo en lenguaje oficial- pensaron que sus automóviles iban a ser de vital importancia para la vida cotidiana, mucho menos sospecharon que sus carros iban a durar tanto tiempo. Gracias a ellos –a los viejos Buick, Chevrolet, Ford, Oldsmovile, Pontiac, Studebaker- los parroquianos llegan a su destino y otros tienen un empleo que les permite vivir ni bien ni mal. Simplemente los conductores sobreviven haciendo horas al volante y manoseando dos tipos de monedas –en papel y en metálico- con las que cualquier advenedizo se hace un lío tremendo.
Ahí está la más reciente maniobra de los dictadores más connotados del Caribe: han puesto a circular una moneda denominada CUC equivalente al Dólar e incluso al Euro, que no tiene contravalor con respecto a la economía del país y es necesario tenerla para sobrevivir. El Estado, primeramente, se queda con los dólares y los euros; en su lugar da esos papelitos como si fueran bonos canjeables y luego multa el producto final que está en las tiendas con un doscientos o trescientos por ciento de recargo.
No se puede decir que no sea una jugada maestra. Si usted quiere comprar algo, tiene que pagarlo al precio que sea, aun sabiendo que está comprando un producto extremadamente caro y de mala calidad. Además, comprándolo con una moneda que no es con la que le pagan en su trabajo oficial.
Es un galimatías, lo sé bien. Nadie lo entiende pero al Estado le funciona. La gente lo que sabe es que si no tiene CUCs en su billetera está frito. Y lo busca, lo lucha, como se dice en idioma popular. ¿Cómo lo hacen?
Pues robándole al Estado –no queda otra, porque en Cuba no existe la propiedad privada- y vendiendo el producto en esa moneda extraña pues es la única que abre las puertas.
Son los mismos CUCs que dan la vuelta, que pasan de mano en mano.
En Cuba hay un desabastecimiento brutal en estos momentos. Para que se tenga una idea, se rieron de mí una vez que entré a una tienda y pedí un litro de zumo de frutas tropicales. Fue tan ridículo que todavía me duele el gesto de desprecio de la empleada. Como si preguntara para sus adentros:
-¿Y este marciano de dónde salió?
No hace falta que me lo digan. Lo vi y lo acabo de vivir. Cuba tocó fondo. No hay un turista por las calles. El país está viviendo de las remesas familiares y éstas -se veía venir- han disminuido debido a la crisis económica mundial.
La inflación es tan fuerte que nuevamente se volvieron a reír de mí unos amigos a los que comenté cuánto dinero de bolsillo llevaba para el viaje.
-Ja, ja, ja. ¿Cien CUCs para una semana? Con eso aquí no haces nada- me dijo uno de ellos nuevamente mirándome como a un marciano.
-…Pero si con este dinero de bolsillo vivo muy bien una semana en Barcelona- respondí insultado.
-Aquí no, ya verás.
En efecto, cualquiera de mis amigos tenía 50, 60 CUCs en la billetera, luchados en diversos business. El problema está en que no hay nada para comprar. Y, los que pueden, se gastan esos CUCs en la playa de Varadero, a 35 el día, solo con derecho a las instalaciones del hotel pero pernoctando en casa. Así que la gente regresa tarde en esos cacharros americanos con decenas de copas en la cabeza.
Y mañana será otro día.

(Continuará…)

Foto del autor
Un Buick de los años 50 hace de taxi en La Habana.

3 comentarios:

Silvita dijo...

Nota folklórica: CUC se puede pronunciar KUK, o CeUCé... si no me equivoco. Si se elige la primera opción, resulta una malísima "mala palabra", recontramala, del argot sueco. Nada más y nada menos que el equivalente a ping. a. Terrible que alguien necesite, para sobrevivir, 100 de esas a la semana!
Por eso cuando mi amiguita fue a Cuba, y los sobrinos le decían todo el tiempo: tía, dame tantos o mas cuántos CUC, ella se sobresaltaba:
--Niño!!!! De dónde tu sacaste que yo tengo taaaanto dinero! Ni que me callera del cielo, muchacho! Además, mijito por tu madre, se dice ceucé, Ce-u-Ce :D

Jorge Ignacio dijo...

simpática nota folclórica, silvita. también, cariñosamente, la gente llama Cucos a esos billeticos falsos. un abrazo.

Rodrigo Kuang dijo...

Oye, mira que esta Silvita es cómica, asere. Tiene razón, en inglés también suena parecido (cock-gallo) con el mismo significado soez. Esta niña acaba de descubrir la verdadera etimología de nuestra moneda fuerte. O sea, tremenda P...
Yoyi, tener noticias del imperio no es masoquismo, es necesidad, por eso sigo esta serie con sobrado interés.