lunes, 12 de julio de 2010

Los sobrevivientes (VII)



En La Habana, desde que la ciudad existe, hay una razón intocable para hacer y ver teatro. Me atrevería a decir que se trata de una tradición inamovible que viene de los tiempos de aquel cabildo español asentado tranquilamente dentro de una muralla. Y, con toda la que ha caído desde entonces, el arte dramático se resiste al deterioro general y busca nuevos espacios.
Una porción la garantizan las instituciones culturales creadas desde los primeros años de la mal llamada Revolución, organismos que todavía subsisten como parte de la burocracia activa del país pero están ahí para por lo menos oír los reclamos de actores y directores; y otro pedazo –seguramente el más vital- es el del amor al arte.
Como trabajé a lo largo de casi una década escribiendo sobre teatro en el periódico Granma, pensé, durante este viaje, que ver una función me haría bien. Aunque por otra parte fuera doloroso recordar aquellos tiempos cercanos, debido a que mucha gente ya no está en el país y los que permanecen allí luchan con dignidad por un salario solvente que es en la práctica imposible.
Había un estreno de un espectáculo unipersonal, a cargo de la excelente actriz María Teresa Pina, de quien reseñé en su momento el primer premio que obtuvo en el octavo Festival del Monólogo y Espectáculos Unipersonales, en marzo de 1995, por Elogio de la locura, actuación femenina en teatro dramático. Me fui a verla a la pequeña sala que han hecho como memoria de ese gran actor que fue Adolfo Llauradó. En esta ocasión, María Teresa encarnaba la biografía de La Lupe, la cantante cubana (santiaguera, para más señas) que hizo época en el club La Red, donde se mostraba tan histriónica como histérica, ya que lanzaba sus zapatos al público.
Luego, de La Lupe no se supo casi nada, como sucedió con muchos músicos cubanos que emigraron a los Estados Unidos. Pero la memoria es capaz de sacar agua del pozo, ponerla a correr en un curso natural y mantenerla viva otra vez. Solo, parece ser, es cuestión de tiempo. El dramaturgo es Carlos Padrón, santiaguero también y no por casualidad ha retomado la historia de La Lupe. La directora de la puesta es una actriz de todos los tiempos: Verónica Lynn, ahora dirigiendo el grupo Trotamundo. Pero de todo el listín, a diferencia de cómo se enfocó el cartel de la obra, yo pondría un texto más o menos así:
Teatro Trotamundo presenta a María Teresa Pina en La gran tirana
Ella es un ciclón en el escenario, toda fuerza expresiva y todo sentimiento, porque encarnar correctamente a La Lupe no es cosa fácil. Más cuando el espectáculo le exige la caracterización de varios personajes dentro de un mismo espacio escénico, personajes que tuvieron que ver sobre todo con la cantante en su vida en EEUU, precisamente el ángulo que “nos perdimos” con la Revolución.
El teatro, tal y como lo viví en la década de los 90, sigue siendo una válvula de escape muy bien utilizada por el gobierno. Un sitio donde se suelta el humor, bueno o malo aunque reprimido; donde se hacen críticas abiertas o enmascaradas y sobre todo un sitio –hablo de un lugar físico, obviamente- donde la memoria histórica no se pierde jamás.


(Continuará…)


Fotos del autor
María Teresa Pina, aunque mucha gente la conoce de la televisión, es, sobre todo, una mujer hecha para las tablas. En esta imagen de la izquierda, el cartel original de taquilla.

2 comentarios:

Rodrigo Kuang dijo...

Una joya Maria Teresa. Seria, trabajadora, responsable, y por si fuera poco, buenísima gente. Y es cierto lo que apuntas junto a la foto, ella fue, primero que todo, actriz de teatro.
No me extraña que ese unipersonal de La Lupe haya sido un bombazo. Lo vi hace años cuando lo estrenó Monse Duany en el grupo de Eugenio Hernández, pero sí que me imagino la fuerza de esa mulata en escena llevándolo más allá.

Jorge Ignacio dijo...

Sí, Rodrigo, es una excelente actriz, fortísima, de esas que nacen para hacer teatro. además, tiene una presencia escénica increíble. el teatro seguirá siendo un lugar especial a pesar de las nuevas tecnologías. saludos.