lunes, 21 de marzo de 2011

Hubiera sido un mercenario…


Nadie, solo la casualidad, me salvó de ser enviado a la guerra de Angola, junto a la dotación, bajo mi mando, de un T-55 soviético. Yo entonces era jefe de tanque, sargento de tercera, pero llegué a ese puesto sin querer. Mientras duraron esos tres años, reclutado por el servicio militar obligatorio cubano, el batallón al que pertenecía se preparaba para sustituir a otro en Angola.
La orden de relevo no llegó.
Logré desmovilizarme y alistarme en la universidad. Me hice periodista cultural –nada más lejos de aquel sargento que, en maniobras, llevaba una makarov con balas reales en la cintura- y muchos años después encontré una entrevista que me hicieron en pleno campo de entrenamiento. Publicado por el periódico Bastión, de las Fuerzas Armadas de la isla, el reportaje lo tenía guardado mi padre en un dossier de prensa que recogía textos míos de todo tipo. En un pie de foto declaraba mis deseos de estudiar Periodismo.
Si me hubieran dado la orden de embarcar hacia Angola, hubiera ido, porque entonces no tenía valor para decir que no. El servicio militar en Cuba es el ejército regular, por donde muchos pasamos sin vocación castrense alguna.
En aquellos tiempos de la guerra, desgraciarnos la vida era una ruleta rusa –nunca mejor dicho. Aunque todavía se sigue escribiendo la historia íntegra, documentada, en uno o varios volúmenes, la realidad demostró que aquello fue una carnicería. Los soldados cubanos que no murieron allí, regresaron locos y, cuanto menos, traumatizados.
Sobre todo por el absurdo de aquella contienda sofocada con plomo a miles de kilómetros de distancia, de la que muchos combatientes cubanos volvieron con medallas –a falta de piernas- sin saber bien qué hacían allí. La recompensa de éstos rápidamente se desfiguró, se perdió con el vacío del desplome del llamado campo socialista. Lo que quiere decir que no hubo recompensa. Fueron mercenarios sin sueldo jugándose el pellejo en la selva africana, engañados por un sistema que decía hacer justicia social.
No pocos han terminado en Miami, bebiendo el ron amargo del exilio y prohibiendo expresamente que le toquen el tema.
Cuando veo los tanques de Gadafi destruidos a cañonazos, como el de la foto, que es idéntico al que manejé, me pregunto cómo pude estar metido allí dentro.

Foto: Patrick Baz, AFP

2 comentarios:

Renay Chinea Diaz dijo...

... Hermosas palabras Yoyi. Gracias por compartirlas. Yo soy del 67. Suena a modelo de Chevrolet, pero no. Se trata de que padecí una historia parecida. Tenemos que tocar este tema "ron pol medio". Te mando un abrazo.

Jorge Ignacio dijo...

Claro que lo tocaremos, el ron y el tema, Ranay. yo soy del 65, y también del 21 y medio. la primera vez que disparé un proyectil de 100 milímetros me temblaron las manos...un abrazo para ti.