domingo, 25 de marzo de 2012

Trastornos del ostracismo


Mi padre los padeció y nunca se curó de espanto

En el año 1998, cuando Juan Pablo II visitó nuestro país, acompañé a mi padre al recibimiento del pontífice, una celebración preparada al dedillo por el régimen de la isla. Escogimos la Avenida Paseo, en un tramo del trayecto de bajada de la caravana, por donde enfilaría rumbo a las instalaciones eclesiásticas que darían cobijo al legendario Papa polaco. Paseo era –tal vez ya no- una de las pocas calles bien asfaltadas de La Habana. Por ahí se desplazaba a diario, con nocturnidad preferentemente, el convoy blindado del líder de la revolución, tres Mercedes Benz más oscuros que la noche misma.
Era una calle limpia y ajardinada, cuyas mansiones a ambos lados daban cuenta del esplendor que algún día tuvo la ciudad. Mi padre conoció esa Habana rica. La vivió de cerca porque había nacido en una familia de clase media y por tanto tenían vivienda en El Vedado. Estudió primarias en La Salle, pero la universidad la mal pasó en un curso para trabajadores. Cuando llegó la revolución, se enroló de tal manera que dejó todo, incluyendo sus visitas de domingo a la iglesia. Estaba mal visto entrar en una parroquia, primero, y luego el desliz estuvo perseguido duramente por el régimen.
Aun así, vistió de verde olivo y se puso a las órdenes del comandante Argibay en la dirección nacional de transporte agropecuario que, en aquellos años 60, cubría el puesto de mando de camiones que iban a los cortes de caña y ese lugar parecía ser el centro del mundo. La aventura era muy divertida, lo suficientemente atractiva como para supeditar sus hábitos de familia a largas jornadas y el mal dormir. Cuando se dio cuenta de todo lo que había perdido, ya era demasiado tarde.
Aunque tuvo tiempo de casarse en ceremonia religiosa y luego bautizar a sus hijos –tal vez por la confusión creada en los primeros años del castrismo-, la realidad le había obligado a desprenderse de sus creencias de base y profesar un materialismo ideológico impuesto por las circunstancias de un país que construía y deconstruía objetivos a la vez. Mi padre prefirió callar antes de jugarse una cárcel o jugarse el futuro de sus hijos. Quiso que fuéramos a la universidad y que no tuviéramos tropiezos graves. Aunque duraron pocos años, habían creado campos de concentración para trabajos forzosos adonde llevaban religiosos, homosexuales y hippies. Entonces, su corrección, su miedo, amarró la fe católica debajo de la cama y no la dejó salir hasta que fue permitido.
Esa posibilidad llegó casi cuarenta años después, pero El Viejo, como cariñosamente le llamábamos, supo aprovecharla. Pasaba Wojtyła por delante y lágrimas corrieron ligeras, tal vez para que yo no las viera, pero, como siempre supe de su dolor, en vez de saludar al Papa estuve todo el tiempo pendiente de los ojos de mi padre.
Años después, justamente por los días en los que El Viejo se infartó de muerte en La Habana, cansado de tanto reservar su legítima expresión –no solo la fe, sino además muchas cosas que nunca dijo en alta voz porque las paredes tienen oídos-, yo estaba en Roma de visita y pisé El Vaticano en su nombre. No porque yo creyera: El oro de la Santa Sede verdaderamente me repugna. De casualidad estuve allí y no podía dejar de homenajearlo.
Ahora que el siguiente Papa pisará suelo cubano –Ratzinger debe llegar hoy mismo a Santiago de Cuba-, 14 años después del recibimiento al que asistimos en la Avenida Paseo, vuelvo a pensar en el ostracismo. Me viene a la mente mi padre enseguida, su murmullo nunca abandonado, diciendo que la fe se lleva por dentro. ¿Pero quién restaura su dolor y el de millones de cubanos obligados a esconderse y luego autorizados a salir de lugares de silencio?
¿Habrá desagravio a estas alturas?

En la imagen:
Mis padres -Roberto y María Elena- el día de su boda, en 1963, en la Parroquia de El Vedado.

3 comentarios:

Wilfredo Ramos dijo...

Amigo, muy bueno tu comentario-recuerdo. Esas heridas que tan marcadas estan en el alma del pueblo cubano se vuelven a abrir con esta nueva visita del maximo jefe de la iglesia catolica a Cuba. Tantas personas vivieron esas mismas situaciones y se las llevaron en su interior hasta la muerte. Me parece que estas visitas papales no llevaran al pueblo ningun mensaje de paz, solo seran una burla mas a la terrible situacion del pais.

Jorge Ignacio dijo...

Así mismo lo creo, estimado Wilfredo. El pueblo no sacará partido de esta visita; tal vez migajas, como en la ocasión anterior. Pero no es eso lo que necesitamos. Abrazos.

Anónimo dijo...

Jorge;Tu post me es tan familiar como cercano.La foto de la boda de tus padres me ha conmovido mucho....yo tambien guardo la de los mios y tambien mi padre dijo adios a este mundo despues de "protegernos" a mi hermano y a mi a pesar de concesiones de Fe e ideologia.Un saludo:ROBERTO.