jueves, 25 de julio de 2013

Trenes españoles, que no sea la nave del olvido


La noticia espeluznante sobre el descarrilamiento ocurrido ayer en los predios de Santiago de Compostela, me hace querer más a España, paradójicamente. Leyendo el suceso me entró dolor, me recorrió de arriba a abajo. Las fatalidades pueden estar en cualquier sitio, pero parece ser que también suelen estar escritas y no las atendemos.
En el viaje inaugural de esa ruta, Madrid-Ferrol, en el mismo tramo siniestrado, el tren saltó más de lo debido al tomar la curva pronunciada que obliga al maquinista a reducir la velocidad antes de entrarle, a reducir bruscamente, en poco tiempo, en poco espacio, de 200 kilómetros por hora a 80. Una barbaridad.
Uno se pregunta si era la primera vez de ese maquinista por la fatal curva, o si un conjunto de cosas ha derivado en el que tal vez sea el peor accidente ferroviario de la historia de España.
Un conjunto de cosas confluyen para que se tenga en cuenta que hay un error de trazado en la vía, según se puede concluir en notas de prensa que avanzan incluso más rápido que la investigación.
¿A quién se le ocurrió que un tren de alta velocidad puede cambiar tantas veces de calidad de vía, desde la construida hoy hasta la vía franquista que se remonta, ya sabemos, a los años 60 ó 70?
Como viví años en España, sé muy bien que el tren de alta velocidad es uno de los pilares políticos, tanto de socialistas como de derechas. Llevar la alta velocidad –inaugurada entre Madrid y Sevilla en la expo universal del 92- a la mayoría de las grandes ciudades españolas es no solo un reto, sino también una inversión, pero, ojo, una inversión delicada.
Como en Cuba –donde el triunfalismo es bandera política-, en España también hay prisas por inaugurar, por construir. Las obras quedan y, por el camino,  muchas veces un montón de irregularidades que van desde beneficios a amigos y parientes hasta caprichos de ingeniería, relacionados con el ya famoso, e internacional, macho ibérico.
¿Ahora quién pagará los platos rotos?
Muy probablemente el maquinista que, atrapado entre los hierros, solicitaba por radio que  no hubiera muertos.
Su cabeza, obviamente, nunca más estará tranquila. Pero los que proyectaron el arriesgado enlace de vías, quienes lo aprobaron a alta velocidad, tal vez deberían comenzar ya a purgar su conciencia.
Ojalá se sea honesto y limpio esta vez, en honor a la memoria de esas casi 80 muertes y decenas de heridos.
El desastre ecológico del Prestige, también ocurrido en Galicia, si no recuerdo mal se cebó con el capitán del barco.
Un pobre hombre, tal vez.


Foto: El presidente del Gobierno Mariano Rajoy, junto al presidente de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, en el lugar del siniestro, 25 de julio de 2013.
LALO R. VILLAR, El País.