lunes, 2 de julio de 2007

Con los pasos perdidos

-¿Adónde te gustaría llevarme en esta isla?-, me preguntó mi mujer una tarde de reposo a orillas del mar.
-Pensándolo bien –improvisé-, me gustaría hacer un recorrido contigo por Cuba a través de la música.
-¿Cómo es eso, cariño?
-En este país –comencé a explicarle algo que me gusta mucho decir-, existen variedades de ritmos, especies musicales, derivados y subderivados, complejos sonoros o como se quiera llamar diseminados por toda la geografía nacional. Ahí radica una de las maravillas cubanas: que no se nos puede identificar por un solo ritmo, aunque el son sea el que se miente a priori. Aquí se fundieron sonidos de todas partes, y lo mejor es que aún se pueden encontrar algunos en estado puro-, agregué abriéndome de brazos, con cierta chulería.-Cada región o provincia tiene su tumbao
La pregunta de mi mujer me activó el buscador privado del que tiro a veces para recordar mis viajes como reportero cultural. En aquellos tiempos visité tantos sitios inexplicablemente originales dentro de la isla, que todavía me pregunto cómo fui a parar a aquellas lejanías. Desde los festivales de changüí de Yateras, en Guantánamo, hasta la casa de un luthier que construía flautas de madera de cinco llaves en San Cristóbal, en Pinar del Río. Diez años de travesía por la música popular cubana han pasado por el filtro de mis recuerdos en esta cuidad donde vivo ahora. Varias veces me he sorprendido, aquí mismo, hojeando las crónicas que resultaron de esos viajes. Muriéndome de nostalgia, sin encontrar a nadie a quién explicarle el fenómeno. Por eso cuando mi mujer me preguntó que adónde me gustaría llevarla forcé el viaje mental y en milésimas de segundo la paseé por los clubes danzoneros de Cienfuegos, con suelo de tablero de ajedrez; la llevé a la fiesta de los bandos (rojo y azul) en Majagua, en la frontera entre Sancti Spíritus y Ciego de Ávila; a las Parrandas de Remedios, la octava villa fundada por los españoles, o, sir ir tan lejos de Varadero, donde estábamos conversando, a hacer un recorrido por el circuito sur matancero que es línea de la rumba profunda y negra.
Me lo ponía difícil mi mujer, me provocaba sin querer. Algo de las músicas nuestras le puedo poner en casa, obviamente, pero la pregunta fue originada justamente en Cuba. Como bien ha detectado un buen amigo lector de estas páginas, nosotros no fuimos a la isla a hacer turismo. Y desplazarse allí por cuenta propia sin rozar con el mundo del dólar es bastante difícil. Así que, tras la breve descarga nostálgica mía a orillas del mar, le dije que nos dejaríamos llevar por los días y las noches, pues casi siempre hay música cerca y ejecutada en directo. Debo de confesar, sin poder permitirme ocultamientos, que tuvimos mala suerte.
Caminando por Miramar, por la séptima avenida, una noche, pasamos por un sitio de boleros que se llama Dos Gardenias. Entramos, en dólares, claro, haciendo una excepción. Me fijé en el programa y pensé que sería bastante representativo para mi mujer, en el campo del bolero, el filin y la descarga del bolero/son. Estaban María Elena Pena, Maureen Iznaga y el presentador Nilo de la Rúa. Aquello daba –perdóname María Elena- pena, tristeza y dolor en el alma. Nada funcionó, ni el sonido de sala ni la interacción con el público que era mayoritariamente extranjero, ni el engolamiento declamatorio del presentador. La razón, le expliqué a mi mujer, está en que estos artistas de la vieja guardia han perdido a su público natural, por la sencilla circunstancia de que esos seguidores no pueden pagarse una entrada allí ni en casi ningún sitio de La Habana de noche. Nos marchamos desconsolados, con la sensación de haber asistido a una visita a escondidas en un local de ensayo. A los pocos días me llamó un amigo para sugerirnos la noche de la llamada Casa de la Amistad, en la avenida Paseo, donde actuaba el grupo que acompañó hasta la muerte a Compay Segundo. Compré la idea para pasear a mi mujer por el son montuno, por la guaracha, por la propia fusión de ritmos que inspiró Compay desde que tocaba el clarinete en la banda de conciertos de Santiago de Cuba. A cielo abierto, bonito lugar, pista de baile. No era una mala opción y uno siempre trata de apartar el pesimismo. Nos fuimos allí con la licencia extraordinaria de nuestra moral (la excepción otra vez). Siento decir que nos tomaron el pelo. Una hora más tarde de lo anunciado, aparecieron los émulos del Chan-Chán, tocaron cuatro o cinco piezas y adiós. El sonidista fue tan mal educado, no solo con el público, sino además con los de la banda, que arremetió con reaggatón interminable y altamente vulgar. Salimos con nuestros amigos –el de la idea y su mujer- y no paramos hasta el lugar más seguro: el muro del malecón con el “rifle” de ron y cuatro latas de edulcorante negro con gas.
Antes de regresar aquí, de pura casualidad, nos llevaron otros amigos a un recorrido por Las Terrazas, un bellísimo lugar en donde fijaron residencia pintores de bellas artes y el afamado músico Polo Montañez. En casa de Polo, mientras mi mujer observaba desde la ventana el paisaje de la laguna que pasa por debajo, tuve la urgencia de volver a quejarme terapéuticamente para ocasionar el vacío de mi alma, entonces tambaleante ante tanta belleza natural:

-Mira, mi amor: esta vista que tienes delante le duró muy poco al sonero. Tengo entendido que acabado de instalarse aquí, cuando estaba en la cúspide de la fama en toda la cuenca del Caribe, ocurrió el accidente de tránsito que le costó la vida. Creo que él y su familia fueron carboneros, muy pobres, de esta misma zona. Era un músico empírico, con gracia y cierto hálito ingenuo. Eso gustaba y lo lanzó al estrellato, incluso en tiempos duros en los que la música que se llevaba era la inexplicable catarsis de la timba moderna, esa misma cosa rara que se pudiera definir en una sola palabra como gozadera. Polo nos devolvió el sonido ortodoxo y reposado del son y, de paso, se robó una buena parte de la audiencia. ¡Lo que no entiendo es por qué han tenido que permitir que el morbo juegue con su memoria en este museo que, si no está turisteando, anda muy cerca! Sospecho que a él no le hubiera gustado este proyecto mercantil. O quizá me equivoco…

Junio 2007

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuadro, tengo que darte las gracias. Me has echo caminar en la distancia por las noches habaneras, por la buena música cubana(lástima la prostitución a la que se ve sometida) y por recordarme lo tan mal presentador que siempre a sido Nilo de la Rúa. Un abrazo bien habanero desde Sevilla
Yeysmell