miércoles, 24 de noviembre de 2010

El flamenco más fértil


Parece todo un reto “visionar” en una tarde las 90 obras de Rubens que el Museo del Prado posee. Lo es, sobre todo si se pretende, también, pasar por delante de Velázquez, El Bosco, Goya y Sorolla, entre otros grandes pintores. Termina uno mareado, dominado por eso que han dado en llamar Síndrome de Stendhal. Con otras palabras más mundanas: se padece de una borrachera intelectual motivada por un sobregiro de información no planificado, como diría un psiquiatra en el supuesto lugar de una consulta.
De paso por Madrid, y echando un vistazo a las propuestas de su gran pinacoteca, había dos exposiciones transitorias imposibles de eludir. La primera –por ser un préstamo volátil- era la denominada Pasión por Renoir, oportunidad única para la que se hacen largas colas al pie de la escalerilla del Prado. Y la segunda, un especie de “Todo Rubens” conformada por las casi cien piezas pertenecientes a España, montada en dos salas contiguas y a las que se podía acceder con la validez del ticket general del museo.
A Renoir le hicimos un saludo desde la distancia –“Hasta la vista, Monsieur”- porque es imposible abarcarlo todo. “El que mucho abarca, poco aprieta”, según el refrán. Hay que cuidarse en salud, auscultando el bombeo cardíaco como el que no quiere las cosas. ¡Venir de tan lejos para perderse a Renoir!
Pero también podría decirse ¡Venir de tan lejos para sucumbir al pie de la escalerilla!
En fin: Rubens era el objetivo. Goya y los demás siempre están en el mismo lugar, salvo la coincidencia demasiado puntual con un período de restauración.
Después de ver la serie de pinturas negras de Goya –enloquecido él y enloquecido el observador del siglo XXI-, gana mucho la mente con el colorido y variedad temática de Rubens, el más “trabajador” de la escuela flamenca. Se dice que su producción general puede alcanzar las 3 mil piezas, algo que no dudamos en lo más mínimo. Solo en el Prado está un centenar de importantes títulos suyos, encargados o comprados por Felipe IV. Esa es la razón por la que España atesora tanto Rubens en versión original.
Era de vértigo el montaje hecho en las salas A y B de la planta baja del Edificio Jerónimos. Cuadros apiñados, sin “que corra el aire”. Demasiada información visual. Era necesario verlo como un plano secuencia de izquierda a derecha, ya que los cuadros estaban montados en orden cronológico.
Busqué Las tres Gracias desesperadamente, por si me llegaba el final entre tanta maestría de las Bellas Artes. Esa era mi referencia. No venía precisamente del mito griego, sobre el que trabajaron, además de Rubens, incontables expertos de la plástica universal. Mi referencia venía de la carta de la heladería Coppelia, en La Habana. Las tres Gracias eran tres bolas de diferentes sabores, aderezadas con caramelo líquido. El cuadro más famoso de Rubens se me apareció como tal, cremoso y sensual. Aunque con cánones de belleza muy distintos a los actuales -se observan celulitis, cuellos hundidos y abundante masa en sentido general-, el atrevimiento de pintar al óleo (sobre madera) a tres mujeres desnudas, jugando a no se sabe qué, entre las cortezas de un árbol lejano, era como mínimo la confirmación del deseado ménage à trois. Éste, sin embargo, estaba fechado entre 1630 y 1635. Gigante obra.
Peter Paul Rubens, según los datos que se tienen, vivió 63 años; toda una mayoría de edad (sería como la quinta, en lugar de la tercera edad de su época) para lo que se alcanzaba entonces con el cuerpo. Es por ello que le dio tiempo a desempeñarse como diplomático, dominar correctamente varias lenguas, explorar el mundo femenino hasta que la naturaleza se lo permitió e, incluso, emparentarse con otro pintor cortesano de su tiempo: con el gran Velázquez.
Rubens volvió a la actual Bélgica dejando una inmensa huella en los palacios monárquicos españoles. Esa misma marca de origen que disfrutamos ahora en Madrid.


La exposición con las 90 obras de Rubens ha estado al cuidado de Alejandro Vergara, jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte. Puede verse sólo hasta el 23 de enero de 2011.

2 comentarios:

maria dijo...

Hubiese sido una delicia compartir con vosotros esa visita al Prado. Haré lo posible por ir a ver la de Renoir, como bien sabes, me tiene el corazón robado. Me recuerda mucho a ti como plasma la belleza, con una delicadeza tal que hace temblar mis rodillas.
Mi amor, como siempre, magnífico.
Je t'aime!

Jorge Ignacio dijo...

Pues vamos a ver a Renoir, está hasta el 6 de febrero. te lo comento en público para dejar al menos esta cajita de notas de testigo. Y.T.T.A., guapa!