lunes, 28 de marzo de 2011

Cuatro tanquistas y un perro (III y final)



No solo a Mirelles le encantaban los animales. A nuestro conductor, un tipo que parecía vivir en otra dimensión, también. Ortiz tenía designado un nombre de la fauna universal para cada persona, objeto o armamento. A nuestro blindado, que había sido un tanque de instrucción y estaba, sin lugar a dudas, listo para el desguace, le puso La Perra. Todavía no sé exactamente por qué utilizó el género femenino, cuando debió ser el masculino.
En su mundo, es posible que haya visto el vehículo/escuela como un surtidor lácteo del que se enganchaban los nuevos reclutas para sacarle todo el alimento; sin miedo a “rayar” el fuselaje o a enfangar las potentes esteras de hierro macizo. La Perra estaba bien como imagen: Siempre sucia y, de veras, estaba percudida por la tierra roja. Debió ser de los primeros T-55 enviados a Cuba por Jrushchov, tal vez usado, de segunda mano. No tenía ametralladora antiaérea ni estaba artillado durante los períodos largos de mantenimiento en los cuarteles, donde hacíamos la mayor parte de la vida. Y la gran envidia de otros: Al regresar de maniobras, por reglamento, mi dotación no estaba obligada a limpiar el tren de rodaje; quiero decir: no teníamos que dar mandarria para sacar el barro endurecido.
También supuse que Ortiz se refería a La Perra por el sonido rasposo del motor, un quejido grave y particular que lográbamos identificar incluso a distancia. Primero veíamos pasar a Ortiz con el overol remangado hasta la cintura y, a los pocos minutos, rugía el animal. Los conductores/mecánicos eran electrones libres que pasaban más tiempo en el parqueo que en las barracas. Las manos de Ortiz iban de negro permanente de tanta grasa y petróleo acumulados entre las uñas y la piel. Aún así, se comía las uñas. Tenía nariz aguileña y ostentaba un sinfín de espinillas en el rostro, como pecas, pero oscuras. Eran puntitos viejos, afincados en el cutis como mismo se fija el fango seco entre las celosías de las esteras del tanque: con fuerza.
Había perdido algunos trozos de los dientes superiores, ennegrecidos incisivos por el abandono y por los malos hábitos alimenticios. Pero era simpático; era un tipo de campo con ojillos pícaros que no se metía en la vida de nadie; vivía para “matar la jugada” –matar el tiempo- entre las estopas sucias guardadas como un tesoro en la caja de herramientas.
Si no recuerdo mal, el motor de un T-55 estaba dotado de 12 cilindros en V, seis por cada lado. Tenía una potencia de 520 caballos. Los discos del embrague eran enormes y, como mismo le sucede a un automóvil cualquiera, a veces se quemaban de tanta fricción. Ortiz y La Perra era un dúo inseparable de marido y mujer. Muchas veces, aun siendo mi subordinado, le costaba darme las “llaves” para llevarlo yo y disfrutar de una conducción en columna en los traslados de misión, en los que, si no había algún jefe importante, se podía correr un poquito. Muchos años después, sentado al volante de un coche de autoescuela de Barcelona, recordé aquellos días ingenuos en los que Ortiz, Mirelles, Fustier y yo, con el tanque, mordíamos el polvo del polígono de entrenamientos de Jejenes, enmascarados en un ejercicio de vanidad cuando mirábamos a la infantería de a pie corriendo por debajo. Recordé nuestra fascinación por escaparnos con el blindado a comprar tabaco, a un caserío pobre de las inmediaciones de Pinar del Río donde nos veían llegar como libertadores o marcianos, en una nave espacial a la que, cariñosamente, llamábamos La Perra.
El profesor de autoescuela debió verme perdido en el tiempo cuando me preguntó si yo había conducido alguna vez y le respondí que sí, que un tanque de guerra. Y se acojonó, faltaría más.
De Mirelles, Ortiz y Fustier (el Cocuyo) no he vuelto a saber. Hace 26 años que los vi alejarse gradualmente por un camino de tierra, vestidos de civil.

Foto del autor

2 comentarios:

Anónimo dijo...

He tenido una experiencia "parecida" como medico de un grupo tactico de tanques en Angola.los T-55 siempre me parecieron extremadamente incomodos..............claro son una maquina de matar!!!

El Polaco dijo...

Yo era tanquista de un t62, mucho calor dentro, pero extremadamente efectivo, desgraciadamente.