lunes, 4 de junio de 2012

Bailando con Vivaldi


(Para Lucía)


Nadie puede asegurar que quien inspira esta crónica no me interrumpirá.
La veo venir, nada sensacional, sino seria y confundida, a las 2 de la madrugada, rompiendo el silencio con algún lloro que no por conocido deja de ser asombroso, sobre todo a esa hora en la que la percepción de la realidad cuelga de una brocha gorda.
Salimos del túnel del sueño, pues, con el aviso de que no podemos estar tan lejos, de que necesitamos tocarnos para no perder ni un minuto de cohesión luego de haber perdido varios en la primera entradilla de la noche. Es la niña, sí, es ella quien llama.
¿Será un efecto cariñoso, desesperadamente trágico en medio de la nada en que se encuentra cuando abre los ojos y no ve más que oscuridad, si por casualidad piensa en nosotros en sus sueños y quiere materializarnos en el acto?
¿Y cómo, tan pequeña, es capaz de mirarnos con recelo si estamos distraídos  más allá, en la habitación contigua? ¿Y cómo a esa hora lo baila todo si su cuerpo no se sostiene todavía en pie?
¿Cómo sabe diferenciar lo que es para bailar y las canciones de cuna que la tranquilizan?
¿Será su mundo tan sensorial aunque para nosotros esté equivocado?
¿Qué le provocan Las cuatro estaciones de Vivaldi?
Sentada y en ese momento con un centro de gravedad casi perfecto, la niña deja pasar las primeras notas; nos mira ahora sonriente interpretando uno de sus mejores papeles que es el de moverse alegremente de la cintura hacia arriba; con los brazos alzados dibujando con levedad el vuelo de un ave, pero dudamos del gesto  porque su vocalización, silvestre, goza de cierto aire de carnaval. Su rostro enseña los dos dientes que tiene.
Vivaldi no es para eso. Pero existen perversiones mayores.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bellisimo relato !!!!

Anónimo dijo...

Precioso! Tienes una sensibilidad capaz de convertir lo cotidiano en maravilloso. Gracias y felicidades.