sábado, 24 de marzo de 2007

Alicia ya no me escribe

La última columna de El País de hoy me ha hecho recordarla, aunque en realidad yo nunca la he olvidado. Su imagen duerme en mis almacenes cubanos que aún tengo que clasificar, pero por ahí anda, entreverada con mis olores a naturaleza húmeda y verde, que es lo que queda cuando termina de llover en La Habana. Cuando sale el sol y se pierde todo el polvo y el aceite de las calles. Ese es el momento idóneo para salvar la memoria de alguien o de algo; porque –verdaderamente habría que preguntarse por qué- siempre uno encuentra sitio hasta el infinito. ¿Será que automáticamente y sin voluntad de hacerlo uno también borra a alguien o a algo en ese preciso instante? Cuando Alicia pasó por La Habana debió haber llovido. Ella diría que el arcoiris lo aportaba yo con mi camisa a cuadros verdes, amarillos y rojos, la camisa escandalosa que llevaba cuando la fui a conocer al portal de su hotel, al costado de mi universidad. Le hago saber, ahora, cinco años después, que esa camisa vino a Barcelona, que no sale a la calle, que no encuentra justificación con estas tímidas aguas de abril, de mayo, de todos los meses del año. Pero está aquí, dentro de un armario con olor a naftalina. La traje puesta sin pensarlo, porque evidentemente vine de paseo una tarde con mi bolso cruzado y en bicicleta. Es una lástima que ya no tenga que buscar a Alicia en ningún hotel, que no tenga que llevarla al teatro ni ofrecerle mangos ni mameyes colorados ni música ni tormentos tropicales. Quise decir tormentas y me salió lo otro. Por algo será. Es una pena que no vuelva a cruzar la pierna sentada en una silla de mimbre, que su instinto reservado no se deje escapar por el borde de sus miradas, como hacía a cada rato en aquella Habana seductora. Si los diluvios se pudieran inventar ya habría tirado mi camisa, y sobre todo yo no hubiera venido equivocadamente de paseo. La gente está en el lugar que le corresponde o en ese lugar estará cuando se le piense asociada a un sabor extraño. Eso es lo que me duele: tener que comprender que Alicia desaparecerá en el acto con el próximo aguacero para darle lugar a otra persona o a otra cosa. Llevo tiempo buscando la clave de su ausencia y hoy la encontré en unas líneas de nuestra colega Elvira Lindo que hablaba de la comunicación virtual. Es muy fácil, compañera, acercarte a otro continente con la simple presión de un botón e-mail. Lo milagroso, por paradójico que parezca, es dirigir el correo a un buzón de la ciudad donde habitas. Me sabe mal, muy mal, darme cuenta de que no estoy aquí de paseo.


Primavera 2006

1 comentario:

ingelmo dijo...

Jorge, he de decirte que conseguiste que se me erizara el bello con tu relato. Es una lástima que todo en esta vida tenga fecha de caducidad.

Me encantó tu blog y seguro que lo visitaré asiduamente.