jueves, 29 de marzo de 2007

Energéticamente posible

Un olivo mediano se salvó de ir directamente al contenedor de la esquina. Lo di por muerto después de que no echara hojas en un año y medio. Lo vengo observando con resignación. Paralelamente, un objeto no identificado viajaba conmigo en el bolsillo/monedero de mis pantalones. Esa supuesta piedra me la dio un santero en La Habana antes de yo salir definitivamente. Estaba preparada para protegerme. Siempre ha estado envuelta en una tela de pañuelo de hombre. Esta semana, al meter un pantalón en la lavadora, cayó al suelo y se hizo añicos. Por fin la vi: era una esfinge de barro sin cocer. La compuse y hallé el rostro de un indio precolombino. Cuando me disponía a tirar los pedazos a la basura, mi mujer me detuvo:
-¡Siémbrala en el olivo!
Como estoy lejos de aquel santero, y las llamadas a Cuba son carísimas, preferí obviar la consulta espiritual. Enterré el amuleto en el lugar indicado. Esta mañana, antes de salir, tuve una inexplicable sorpresa: El olivo había echado cuatro hojas. ¿Metafísica? ¿Casualidad? ¿Conexión simbólica? ¿Teoría de los cuerpos comunicantes?
Las cuatro hojitas del olivo demuestran que nunca se secó. ¿Y cómo es que nunca tuve tiempo de tirarlo al contenedor? Es un verdadero milagro, aun a sabiendas de que los olivos son fuertes. Ahora no sé qué hacer. No sé qué atención especial brindarle al pequeño árbol que vive en el balcón.
Si me lanzo por el simbolismo de esta realidad, sería perfecto. Uno mismo puede revitalizarse, por un lado, y por otra parte las energías humanas brincan océanos.
La escena merecía unos minutos de paz. Me quedé sentado en el sofá mirando alternativamente el olivo y los árboles de la calle. Se llaman Lidoneros, según me ha dicho mi amigo Jaime. Estuve media hora mirando su floración: hojuelas pequeñas y pujantes, brotes de unas frutas marrones redondas. Desde que estoy en esta casa es la primera vez que observo un ciclo completo de las estaciones. Recordé que alguien me había dicho que la primavera es mucho más revolucionaria de lo que pensamos. Contrariamente a lo que comentamos, hace daño a los poetas, porque exige un cambio hormonal que provoca dolores en el cuerpo y en la cabeza. La primavera castiga en especial a los alérgicos, asmáticos y asténicos. Hasta que el cuerpo se amolda.
En el Caribe nunca sentí tal sensación de debilitamiento y tormento. Allí no hay cambios de estaciones, sencillamente. Las hormonas, por tanto, no tienen que responder a nada sino al dueño de ellas (o, por extensión, a la pareja sexual del dueño). La explicación de todos estos trastornos de la naturaleza es fabulosa, y me deja tranquilo.
Sigo pensando, no obstante, en la relación existente entre mi olivo casero y aquella prenda arreglada por un santero a miles de kilómetros de distancia. Son cosas inexplicables en primera instancia. Como es de suponer, esta mañana llegué tarde al trabajo.



Primavera del 2007

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