Aunque hayas resuelto todos tus problemas, hagas borrón y cuenta nueva, comiences a remontar, te cortes el pelo radicalmente, cambies de lugar los muebles de tu habitación, compres un ambientador con difusor eléctrico, te pases de la dieta sólida a las verduras, permutes los zumos industriales por los de naranja natural, desaparezcas el pijama que dejó ella en tu casa, abras una cuenta verdaderamente de ahorro, e incluso continúes escribiendo, si la melancolía te ataca no te queda más remedio que asumirla. Hubo un poeta-cantor que nos traicionó a casi todos y que, sin embargo, dio en el clavo con una simple exclamación, en acción titular y creo que haciendo galas de una de las expresiones más sintéticas que he encontrado en la vida: “¡Oh, melancolía!”. Supongo que después de decir esto no hay que agregar nada más. Quizá la música, que es un hecho abstracto y unas veces empaña y otras se pasa de oportuna. Pero estas líneas no llevan banda sonora. La tengo yo ahora adentro recordando al bardo-traidor, y la tarareo desde esta mañana en que sentí demasiado aire dentro sin saber cómo expulsarlo para no morir en el intento. Y continué caminando de frente al sol por unas ramblas minúsculas de L’Hospitalet, intentando no recordar la luz y el olor de La Habana por estas fechas, y, de tanto apartarme, la melancolía se resistió y se convirtió en agua, y se escapó rápido por debajo del cristal de las gafas oscuras. Es inevitable. Cuando es invierno, acompañas a una mujer a las siete de la mañana, una mujer que corre hacia su trabajo, como tú, una mujer que ha dormido contigo, pero no toma el suburbano, y te dice que por qué avanzas una boca de metro más, es una buena señal para empezar a dejarlo todo. Así fue como comencé a dejarla, y hoy radicalicé el propósito, por muchas otras cosas. Me escribió un mensaje SMS que decía que yo sólo buscaba compañía. Le respondí que, gracias a su compañía, me diagnostiqué el Síndrome de Ulises, porque, sin darme cuenta, intenté encontrar mi Ítaca en cada una de sus curvas. Lo dije por despecho, claro. Su sarcasmo no tardó en llegar: “¡Cuídate la coronaria!”. Y tenía razón. Ese músculo se resiente cuando tu novia te pregunta por qué avanzas una boca de metro más.
Enero 2006
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