martes, 5 de octubre de 2010

El entusiasta ofendido


Hace unos pocos días, preguntándome en alta voz por qué el son y la rumba catalana se parecen tanto, un amable lector y músico barcelonés me envío un enlace a una página que aclara mis dudas. Francesc Torné, guitarrista “ventilador” de la orquesta Derrumband, reconoce luego, en intercambio de mails con un servidor, que sin los gitanos no hubiera sido posible este género “nacional”.
Entrecomillo “nacional” entendiendo a Catalunya como nación y al mismo tiempo dejándola dentro una gran amalgama de países que sin dudas es España. Lo cierto es que aquí tuvo lugar el surgimiento de este ritmo aflamencado que luego ha servido muy mucho en el ámbito comercial. En Cuba oíamos todo esto de refilón –Las Grecas, Peret, Lolita-, gracias al programa Nocturno, de Radio Progreso, que nos mantenía al corriente de la música española tan afín a nosotros. Pero en realidad –salvo raras excepciones- los artistas españoles dejaron de visitar la isla a partir de los años 60. El por qué es obvio: la mal llamada Revolución Cubana cerró el intercambio de mercados musicales al mundo capitalista y nos dejó en manos del realismo socialista. Tan real era este último que lo tuvimos metido en casa con nombres provenientes de festivales de la canción de Europa del Este, como el famoso Sopot, polaco, que nos ponían en televisión. Esto ocurría en los años 70, cuando, según el artículo facilitado por Francesc Torné, la rumba catalana estaba en su apogeo.
Se sabe a estas alturas que el mercado cubano no se abrió otra vez hasta principios de los 90, cuando la isla comenzó a dolarizarse descaradamente y los músicos –algunos- fueron de los pocos privilegiados que tocaron la divisa. En los 80, una década atrás, había pasado por allá un infiltrado que cautivó al público con boleros de toda la vida: El gitano Moncho, de cierta manera heredero de la rumba catalana, aunque decantado por la melodía suave. Ese, según recuerdo, fue el único* español –catalán, para más señas- que desafió el bloqueo musical impuesto por la Revolución y se presentó en los teatros habaneros una y otra vez. Hasta que se le ocurrió musicalizar los versos del Héroe Nacional José Martí –poeta modernista, para más señas- y el gobierno lo vetó sin contemplaciones.
Fue una torpeza, por supuesto, pero eso demuestra hasta qué punto pudo ser radical el gobierno cubano. Martí es intocable, parece ser la lectura. Y tiene lógica si pensamos que al pobre Pepe, hombre sencillo hasta la médula, lo convirtieron en doctrina, en una imagen de piedra que estaba en todos los patios de colegios cubanos. Tiempo más tarde, Ana Belén hizo lo mismo con los versos de Nicolás Guillén, Poeta Nacional, pero esto sí fue permitido porque era harina de otro costal.
Moncho fue ingenuo y todavía me pregunto por qué no tuvo asesores. Sonear, rumbear al Maestro de la Revolución todavía está considerado un sacrilegio. Con esta pifia a cuestas –a nosotros, adoctrinados, nos pareció atrevido, aunque nos gustó el compás-, Moncho quizá haya sido el único exponente de la rumba catalana que interactuó con la isla físicamente, en los tiempos duros. Años después, fue el sacerdote polaco Karol Wojtyla, enfundado como Papa, quién pidió a la Revolución que Cuba se abriera al mundo, y viceversa.

Foto del autor
Afiche promocional por los 50 años de vida artística de Moncho, El Gitano del Bolero. Anuncia un concierto en el Palau de la Música Catalana hace unos pocos meses.
*Nota: También Joan Manuel Serrat visitaba Cuba en los años 70 y 80, pero este artista encajaba perfecto en el ámbito político cubano, a diferencia de Moncho.
Seguramente habrá quien piense que el bloqueo fundamental venía de EEUU, y en parte no deja de tener razón. Sin embargo, el bloqueo yanqui le hizo un gran favor al gobierno comunista de la isla, que terminó bloqueándonos todavía más con la sovietización de la economía y la cultura.

2 comentarios:

Wichy García Fuentes dijo...

Miherma, además de Serrat, que no sólo visitaba sino que estuvo viviendo allí un buen tiempo, hubo otros de España que vinieron por aquellos años, y recordarás a Mocedades (hoy El Consorcio), que eran bien reconocidos ya, y a La Pequeña Compañía, que sólo los conocían en Cuba y en sus casas respectivas por un par de popurrits que fugazmente hicieron furor, un fiasco en vivo. Ya mencionaste a Ana Belén y Victor Manuel, que igual se pasaban la vida metidos en La Habana. En los setenta, especialmente por el festival de Varadero, estuvieron la Massiel y los Diablos, y recordarás el mito de que los Fórmula V no llegaron por un accidente de tránsito cuando iban camino al aeropuerto. No creo que en el caso de España se tratase del bloqueo (que sí era complicado con norteamericanos u otros artistas anclados a la industria discográfica de allá, como fue el caso de Oscar D'León, castigado por ir a aquel festival del 80 y pico), sino que, como no se le pagaba un centavo a ninguna estrella para sus shows en Cuba, los que venían de la península, lo hacían por el mero placer de presentarse en La Habana. Creo que muchas estrellas españolas de entonces habrían venido si le les hubiese remunerado su trabajo.

Jorge Ignacio dijo...

Sí, Wichy, así es, como dices. Tal vez no me expresé bien tratando de dilucidar cómo penetró el son-o la salsa,más ampliamente- en la rumba catalana. Me refería específicamente a ese género, porque ninguna de nuestras orquestas por esa época viajaban a España. Tengo la impresión de que mucho tuvo que ver Machín, a quien casi nadie conoce en Cuba, y las orquestas que visitaron Barcelona antes del 59, como Rumbavana, que, según el artículo estuvo por aquí. A mí me suena muchísimo "Sarandonga" de los carnavales de la habana de los años 70 y 80, mucho antes de que Lolita la popularizara aquí. El hecho de que artistas españoles de la época de la dictadura visitaran Cuba corrobora de cierta manera que, entre Franco y Fidel, hubo siempre líneas de conexión. Un abrazo y muchas gracias.