viernes, 24 de junio de 2011

Verbena de San Juan



Pasará el tiempo y sabré que ha pasado, por mis hijos, por el color de mi piel, por mi memoria que nunca ha dejado de ser colectiva. Mi vida será entonces algo similar a un archivo de imágenes analógicas –con su lectura o interpretación sobre la mesa-; pero cuando llegue ese momento ya no estaremos cerca algunos amigos, por fuerza mayor.
La cercanía que anoche en la verbena pudimos constatar la llevaremos dentro donde quiera que vayamos, o adonde nos lleve el viento, para ser un poco más preciso; pero no será igual. Para cuando nos hayamos ido no habrá ese abrazo cercano hasta la profundidad de la espalda, ese que nos dimos sin saber que el tiempo nos pone ante la presión de volver a emigrar. O de emigrar por primera vez.
Se ven venir tiempos de cambios desde una terraza en lo alto de Barcelona. En esa terraza la puesta de sol es rutina detrás del Tibidado (nuestra montaña mágica y no la de Thomas Mann). Ese espectáculo es mucho más cierto que el día de mañana, cuando nos sorprendamos en cualquier lugar aun queriendo estar aquí, queriendo estar en esta ciudad que nos gusta tanto y por la que hemos andado sin conciencia exacta de su belleza. Pero parece ser que algún día habrá que dejarla atrás, como una vez hicimos con La Habana, con Buenos Aires, con Ciudad México, con Banyoles, con Mendoza, con Santiago, con Aragón.
Nuestros hijos ya no serán de aquí. Pero qué más da.
Tampoco importaría mucho que ellos quieran regresar sin haber conocido este lugar.
No sería un suceso histórico que un forastero señale a Barcelona en un mapa. Pero bien, anoche no fue la última vez ni sería la primera. Fue solo un aviso. En el medio de todo este tiempo -¿diez años?- estaría nuestro álbum de fotos cosido a puntadas ilusorias, pequeñitas, muy barrocas. Nuestro tiempo es como un puzzle que ninguno de nosotros se atrevería a montar otra vez. Es cierto que sí hablamos de esos pedazos no cuando fueron encajando, sino ahora, anoche, en esa terraza o montaña servida con plantas, bebidas y comida. En fin, una fiesta absolutamente sincera para decir que nos queremos marchar de aquí. Con visión de futuro, nada más que por eso.
Al despertarme hoy fue que comprendí todo lo de ayer: visualicé el inevitable álbum de fotos y sentí pena, tristeza, aunque me reconforté pensando que tal vez todo fue una idea suelta en el viento.

Foto del autor

3 comentarios:

Irene dijo...

Pues no os vayais...

Anónimo dijo...

Por lo visto esa "vision" de otra obligada partida la estamos teniendo muchos................aunque para muchos tambien se hace inconfesable!
UN SALUDO:ROBERTO.

Jorge Ignacio dijo...

A nosotro, Roberto, se nos hace más fácil hacer las maletas. El mejor lugar del mundo está donde uno esté mejor. Pero, como dije en el post, es solo una idea a largo plazo. Saludos desde Barcelona.