domingo, 8 de abril de 2012

Dos "monas"para casa



 (O la torrija escondida)

Hace un año vino a casa una amiga de Miami. Cubana, pero casi más del sur de la Florida que de la isla deshecha. Tomamos un vino tinto con embutidos catalanes –que siempre se tienen a mano- y, de postre, estaba convencido de que podíamos encontrar torrejas en la calle (torrijas, dicen aquí).
Bajamos, pues, llevándola de la mano. Ella misma entraba en las cafeterías y preguntaba si tenían esos riquísimos dulces caseros adornados con canela, bañados en leche y huevo. No había, pero insistíamos. La televisión española los daba por hechos.
Comenzamos a penetrar en los bares, por si acaso. Ella continuaba con entusiasmo. Entraba la primera.
-No, no tenemos torrijas.
Se me caía la cara de vergüenza. Yo también las daba por hechas.
Parece que mi información visual venía de la televisión.
En algún lugar, a cambio, nos ofrecieron buñuelos de cuaresma, típicos de Catalunya, aunque debemos aclarar que aquí se sirven miércoles y viernes durante la Semana Santa.
Era sábado y quedaban algunos buñuelos por ahí.
Lo que más exhibían los escaparates eran las exclusivas monas de chocolate.
-Es lo que toca- dijeron desde la profundidad de una tienda.
Y es así, aunque no acabo de entenderlo.
Para comer torrejas en la calle hay que vivir en Madrid o en la extensa Castilla.
Para comer buñuelos y regalar monas de chocolate a los niños, en Catalunya y la Comunidad Valenciana.
Para comer pestiños -buñuelos alargados, más duros- en Extremadura.
Quedé mal con la amiga de Miami, así que la recuerdo un día como hoy.
En casa haremos, artesanalmente, dos monas. A la vuelta del tiempo hemos tenidos dos hijos que no se merecen menos. Dos por uno, porque vinieron juntos.
Mi mujer María, que siendo muy lista tomó nota del año anterior, me preparará unas torrejas también domésticas.

Foto del autor
De izquierda a derecha, Lucía y Marc.

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