jueves, 12 de abril de 2012

Una monja pone rostro a la impunidad histórica



Los encuentros entre madres e hijos luego de 30,40 años o más de separación forzosa, de rapto en instituciones públicas, parecen de película. Es el panorama que, junto con las decisiones de Bruselas acerca del destino de la Comunidad Económica Europea, aparece ahora en los televisores, y esto indica ir a más. Hay en total mil 800 denuncias.
Pone los pelos de punta sospechar que cualquier vecino fue un bebé robado.
Hoy, por fin, compareció ante un juez la primera persona imputada, el primer nombre, el primer rostro, aunque se acogió a su derecho de no declarar.
Es una monja  y hoy mismo envió una misiva a los periódicos consignando su inocencia.
Todavía no es culpable hasta que se dictamine lo contrario. A sus 87 años da igual que cumpla alguna condena o que su rostro salga en televisión perseguido por la prensa. Si fue ella la que sustrajo niños en nombre y al amparo de un credo imperante en España, décadas atrás, aunque no muy lejanas, el daño ya está hecho y en la cabeza de la religiosa siempre habrá justificantes de sobra que le evitan sentirse mal, si acaso fuera condenada.
En realidad lo más preocupante no es que las violaciones a los elementales derechos humanos hayan sido cometidas en instituciones católicas, sino que éstas actuaban con impunidad debido al gran techo que ofrecía el gobierno.
En los años 80 -cuando todavía se robaban criaturas recién nacidas en los hospitales de este país- no estaba el franquismo en el poder, pero la estela de la dictadura sí. ¿A quién iba a reclamar el afectado si la máxima autoridad en aldeas, comarcas y distritos hasta hace poco tiempo eran curas?
El hecho concreto que destapó la trama -e identificó a Sor María- fue perseguido entonces porque se trataba de adulterio. Era la coartada perfecta para sustraer criaturas de las maternidades y entregárselas en adopción a familias acaudaladas.
Viendo a la monja esta mañana en pantalla –escurriéndose entre un mar de gente que la quería linchar a la salida de los juzgados de Madrid- me pregunté si los cubanos tendremos al menos esa recompensa con el cruel dictador que ha dividido a nuestras familias, que ha ordenado hundir embarcaciones a la salida del puerto –barcos con niños- para evitar que huyeran del infierno en el que él mismo convirtió al país.
En España –como sucedió en el cono sur latinoamericano- comienzan a salir a flote las injurias, el abuso de poder, el hundimiento, total o parcial, del prójimo. No sé si será tarde. Algunos pensarán que sí.
Prefiero acogerme al sentimiento de renovación una y otra vez, por medio del cual le encontramos sentido a la vida y nos aseguramos de que, cada día, construimos algo que vale la pena.
Estaremos acompañando en el dolor a estas personas ultrajadas por la impunidad y esperaremos el desenlace de la imputación en un asunto tan serio.
Ya lo ha tratado el cine español infinidad de veces, pero ahora la realidad es la que se  pone por delante.

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