Aunque mucha
gente me felicita un día como hoy –novedades de la vida, ya que jamás, en Cuba,
celebraron mi santo-, Sant Jordi me sigue pareciendo un día extraño. Más aun
si, como esta jornada, está el cielo nublado.
Como ahora
soy canguro de mis hijos, que vinieron en pack 2x1, vivo al margen de muchas
cosas. Estoy concentrado en que la cadena alimenticia de los mellizos salga
bien (sus cambios de culeros y lloros chantajistas incluidos).
Y entonces me
sorprende mi suegra esta mañana por teléfono:
-Yerno, soy
Chus, te llamo para felicitarte.
-¿Qué he
hecho ahora, suegra?-respondí con voz matutina, que suele parecer turbia antes
de tomar café.
-¡Es San
Jordi…!-se dio cuenta de que yo no estaba al tanto.
Acto seguido
imaginé el panorama:
Mesas de
improvisación tapizadas con la bandera de Catalunya, la senyera; encima de éstas
libros o flores. Y, detrás, payos o gitanos, respectivamente.
La rosa a
tres euros.
Si te llevas
dos, son cinco.
¡Qué
vergüenza!
¡Si rosas hay
todo el año!
¡Pero a cualquiera
se le olvida el “detallito”!
En fin, que
compré dos, una para mi mujer y otra para mi hija de ocho meses.
Habíamos
pactado antes que no me compraran ningún libro. Quiero decir, libro físico.
Este año adquirimos
un e-book para los dos, para ahorrar.
-¡Mírame un
librito electrónico que sea gratis, que
los hay-comuniqué hace unos días.
La fecha es
bonita pero hay mucho mercadeo forzoso.
Me quedo con las felicitaciones
e incluso rosas virtuales que llegaron a mi teléfono móvil.
Gracias.
Foto del autor
Esta mañana en una plaza
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