lunes, 8 de marzo de 2010

La nieve llega a Barcelona



Julián del Casal soñaba con ella

En el post anterior vaticiné sin querer un evento bastante insólito aquí. Hablaba de los cambios climáticos globales mientras cerca del Mediterráneo catalán se formaba una tormenta de nieve que, decían las malas lenguas, era difícil de creer que cuajara.
Desde que vivo en esta ciudad hace ahora casi diez años, sin contar la que está cayendo, solo he visto nevar dos veces, aunque ninguna de ellas, ciertamente, cristalizó. Si fuera experto en meteorología, me hubiera dado cuenta de que algo raro sucedía en el ambiente cuando despegué hace una semana de Copenhague y, desde el avión, vi una inmensa capa de nubes que aplastaba despiadadamente esa capital. “¿Cómo se puede vivir así?”, me pregunté asegurándome de que esa era la primera causa de la ausencia de luz solar en los países altos.
Hoy Barcelona –incluso en zonas costeras- está totalmente tapizada por la nieve. Según veo desde mi terraza, el viento llega del norte.
Lo malo que tiene este precioso espectáculo es que la ciudad se colapsa con nevadas más o menos sostenidas, ya que la gente sube al máximo sus calefactores y la red eléctrica se puede estropear. Recuerdo cómo a principios del 2002 se detuvo una línea de metro –creo que la línea cuatro- por este motivo.
La parte buena es que la gente, poco acostumbrada a ver caer los copos desde su ventana, se ablanda bastante, sumida en un golpe emotivo. Incluso hay jefes “enrollados” que llaman a sus subordinados y les comunican, mientras éstos comen platos calientes en sus casas, que mejor no vayan por la tarde a trabajar.
Aquí hay todavía gente lúcida, capaz de jurar por su honestidad que vio una pista de esquí en la calle Muntaner . Sí, esto es cierto. Fue en la gran nevada de 1962. Trineos improvisados bajaron a toda pastilla por la gran pendiente nacida a los pies del Tibidado, a los pies de ese dramático santuario ubicado en un cerro alto para proteger a la ciudad.
Como soy hombre nacido y criado en el Trópico, y como la nieve solo fue acariciada antes, en forma de escarcha, en el refrigerador de mi casa, inevitablemente pienso en mi compatriota Julián del Casal ante momentos como este. El pobre poeta modernista la soñaba con todas sus fuerzas, desde una isla salada y también dramática. ¡Maldita suerte la suya!, la de la isla y la de Casal que vivió muy poco, muy poco.

Foto del autor. Es bastante posible que, desde 1962, no se viera una estampa así de la terraza de mi casa.


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