jueves, 4 de marzo de 2010

Copenhague y Malmö: la huella del deshielo



Soltera de oro (final)

Hace más de diez años dejó de correr detrás de la noticia. La radio cubana fue una escuela de malformación editorial –ya se sabe hasta dónde pueden llegar los mecanismos de censura en la lejana isla -, pero los recuerdos de la Facultad de Periodismo, donde la conocí, todavía se salvan de la cantidad de reproches que, de mayores, le hacemos a nuestro país.
En la Facultad fuimos bastante felices, de verdad. Sobre todo porque, al no saber hacia dónde íbamos, al desconocer que el llamado cuarto poder terminaría aniquilándonos y expulsándonos fuera, vivíamos una juventud festiva –festinada, mejor- en el traspatio de la escuela, donde hacíamos representaciones teatrales y le dábamos “caña” a los profesores.
Aún así, hubo tiempo para reflexiones serias.
El grupo de Silvia entró con tanta fuerza, a finales de los ochenta, que hubo que dividirlo en dos. Para controlarlos mejor. Traían ideas nuevas –algunos venían recalando de la desmantelada URSS-; traían propuestas de cambio en los estamentos de la dirección de gobierno y traían, en fin, una perestroika ajustada a las costumbres del trópico. Todas sus ideas revolucionarias –en el sentido etimológico de la palabra- llevaban apurados a los profesores y, más arriba, al departamento de orientación del Comité Central.
Hay que decir que corrían tiempos de confusión política ya que el gobierno estaba dando un margen para ver por dónde se decantaban nuestros hermanos soviéticos. En el ámbito de la prensa nos vendieron una falsa apertura –una especie de glassnot a lo cubano- y en este torbellino de ideas entroncó perfectamente el revoltoso grupo de Silvia.
Luego, ya es sabido, la farsa del gobierno terminó prohibiendo publicaciones rusas, como Novedades de Moscú y la fabulosa revista de colección Sputnik. Todo se fue a bolina, como la revolución del 30. Los muchachos se tranquilizaron un poco y luego se graduaron y fueron a trabajar a radios municipales y provinciales, como era tradicional salvo raras excepciones.
Hoy están todos dispersos por el mundo. Conectados a Facebook.
Silvia se enamoró de un sueco que andaba por La Habana en bicicleta. Él nunca se adaptó totalmente al ritmo del Caribe, al surrealismo político de la isla. Entonces decidieron marcharse a Malmö, al sur de Suecia, un sitio ordenado y, si nos ponemos a ver, más comunista que Cuba, en el sentido del orden social, la austeridad y las ayudas estatales. Cuba, no sé si la pareja de Silvia se dio cuenta, nunca fue comunista: aquello ha sido un engaño total.
Lo cierto es que Silvia cambió su apellido de Berros a Norberg y se estableció a orillas del Báltico. En los primeros años realizó trabajos de asistencia geriátrica. Con el tiempo matriculó en la universidad, aprendió el idioma regional y también se divorció, o se separó, no estoy seguro. Aunque, herencia pacífica de los escandinavos, terminaron bien, de buen rollo.
Hoy Silvia es fisioterapeuta. Nada que ver con lo que estudiamos en La Habana. Esta mujer sí que se ha reciclado. Se le ve feliz en su apartamento de nuevo tipo, instalado en una barriada de Malmö donde todos los edificios se parecen bastante y donde se respira una tranquilidad absoluta. En la terraza acristalada, que da a un parque interior ahora nevado, tiene expuesta en una pared la bandera cubana. No es lo primero que uno se encuentra, sino algo reservado a la trastienda, su lugar más íntimo sin lugar a dudas. Allí lee serenamente tanto libros en sueco como en su lengua materna.
Por supuesto, como la gran mayoría de los locales, ella es austera. Ya dejó de viajar diariamente a Copenhague porque consiguió un trabajo en su ciudad. A veces toma el autobús y otras, ¡qué raro!, va en bicicleta.
Sigue siendo simpática y dulce, sensible, inteligente y luchadora. Silvia es la muestra personalizada de que ciertos reciclajes integrales son posibles, saltando las barreras del clima, la gastronomía y el idioma.
Uno nunca sabe dónde va a terminar, está claro. Y también está demostrado que el mejor lugar del mundo se encuentra donde uno se sienta bien.
¿Silvia dejará Suecia alguna vez?
Todavía no se lo plantea. Allí en Malmö ha encontrado un lugar y desde allí lanza al mundo, los comparte, sus recuerdos de la isla, de su isla. Véalo en el blog personal y entérese de primera mano por qué los suecos consumen tantos platanitos.

Foto del autor. En la puerta de su casa todavía mantiene el apellido Norberg, quizá para despistar.

5 comentarios:

IvanDariasAlfonso dijo...

Es que Silvia, al parecer, nunca estuvo muy a gusto con su apellido Berros. Le sonaba más a "berrinche" que a la tradicional ensalada. Por eso tal vez, en sus primeras colaboraciones periodísticas con Bohemia firmaba como Silvia Marzo.
No sé si la división fue una manera de controlarnos, no hay por qué ponerlo en duda tampoco. Lo cierto es resultó violenta y paternalista. Según las "autoridades" de la facultad, todo obedeció a un llamado plan talentos, o algo así.
Los "más talentosos" fueron ubicados en un grupo y así sucesivamente. Al final no creo que la división haya sido muy efectiva que digamos. Los que habíamos sido buenos amigos en los dos grupos iniciales, lo seguimos siendo en los tres siguientes. El plan talento tampoco tuvo mejor vida.
Eso sí, aquellos debates en la facultad que luego se extendían a la beca y a miles de conversaciones personales quedan en la memoria como una muestra de lo que pudo o podía ser el futuro "en caso de que al final pasara algo". Años después, mis colegas en la radio villaclareña y los amigos que estudiaron en la UCLV siempre se sorprendían de que en G y 23, a inicios de los noventas, se podían cuestionar ciertas "verdades" oficiales (aunque fueran valoraciones críticas de la Guerra de Angola que Sariol sancionaba con un 3), denunciar "ciertos" abusos de autoridad (aunque casi siempre estuvieran vinculados a lo académico), como mismo se renunciaba a la UJC o a la integración de las Brigadas de Acción Rápida; sin que ello implicara la expulsión de la Universidad.
La invitación a Londres sigue en pie.

Jorge Ignacio dijo...

Gracias, Iván.Te tomo la palabra. Fantástico que pudieras ampliar el texto desde tus vivencias. Yo, realmente, pensé que todo podía cambiar con la vehemencia de ustedes. lástima que todo quedó en la Facultad y su entorno estudiantil. un abrazo.

Silvita dijo...

Hola, amigo! Qué lindo fue tenerlos de visita en este pisito que es tu casa y la casa de todos los amigos de entonces y ahora, y los necesitados de espacio y compañía. La verdad es que no sé ni qué decir de tu retrato, no sé si me es fiel o no, en todo caso la historia es cierta, y los datos fidedignos... excepto eso de que "voy en autobus", cuando lo que hago es "coger la guagua"!
Gracias por verme con buenos ojos!
Ivan: besos a ti también, y saludos a tu esposa.
Coincido con Ivan: aunque en aulas diferentes, los de primero seguimos unidos. En esa facultad no había tampoco barreras entre los distintos "años" o cursos, sino que los "mayores" nos acogieron con tremendo cariño y solidaridad estudiantil a los de primero, entre ellos tú, Yoyi, viejito ;)
Yo recuerdo esa facultad con amor, en ella aprendí mucho, sobre todo del diálogo inspirado que animaba a los alumnos. Yo era todo oídos.
También es verdad que me siento bien en Malmö, el Báltico me sorpende cada verano con unos azules y unas transparencias inesperadas en estas latitudes, la nieve me serena, y luego del escándalo continuo del solar donde viví los primeros 29 años de mi vida, una pausa de silencio me venía bien. Aún no extraño el ruido! Aquí tengo algunos amigos cubanos, y de otras nacionalidades. El convertirme en emigrante me enseñó que el mundo es ancho y nada ajeno, que todo lo humano nos toca de cerca aunque las culturas sean distintas, y lo más importante: que además de raíces -bien cubanas- también tengo alas.
La bandera del fondo se completa con la sensación, cada vez más fuerte, de ser ciudadana del mundo.
Besitos y vuelvan cuando quieran!
Silvita.

Rodrigo Kuang dijo...

Mis saludos a la buena de Silvita en su islita. Nunca la conocí personalmente allá en la otra isla - al menos que recuerde, porque La Habana es un pañuelo y a lo mejor hasta le solté alguna barbaridad a ella o sus amigas en algún festival de cine o en la Casa de la Cultura Checoslovaca - pero sí creo conocerla ya en este nuevo mundo de la 2.0, donde sigo su blog y siempre me ha parecido una persona noble, creativa y simpática. Qué bueno que los amigos se reencuentran. Un día lo haremos, masivamente, allá en la tierra de nuestras quimeras, y grande será el fiestón, el güiro, el fetecún.
Abrazos virtuales a Silvita y a ti, Yoyi. Sigue recorriendo el mundo y escribiendo de la manera tan nítida en que lo haces.

Sol Mayor dijo...

ha sido una sorpresa agradabilisima encontrarme por aquí a la dueña de la islita que me resulta tan cálida y en la que me cuelo en los momentos en los que más sola me siento...
te sigo leyendo jorge a ver si me das otra alegría y me sigues conmoviendo.
estoy disfrutando mucho haberme colado en tu blog.