martes, 13 de abril de 2010

¿Quién me ha robado el mes de abril?



Habría que vivir en España para darse cuenta de que la herida de la guerra civil cerró en falso. Pero esa realidad es solo palpable con los años y no con una pasada por aquí. Aunque con otros nombres de grupos polarizados hasta la médula –ya no se dice que fulano es partidario de la república y mengano de la nación-, la zanja sigue abierta porque es más fuerte la transmisión generacional que las miras hacia el horizonte. Entonces, aunque haya democracia y cada cual pueda expresarse abiertamente, la procesión, como reza el refrán, se lleva por dentro.
Este es un asunto muy serio para una España que pretende internarse en la vieja Europa, que intenta ponerse a tono con el desarrollo tecnológico de punta en el orbe y, sobre todo, una España que imita en muchas cosas a los Estados Unidos de Norteamérica, aunque en el discurso de la gente, de la gran mayoría de la gente, se puntualice hasta el cansancio que aquí “somos” anti yanquis. En el fondo los españoles adoran las series de televisión norteamericanas y cuando pueden cruzan el charco para hacerse un postgrado allá. Lo copian todo de la televisión gringa, unas veces al descaro y otras solapadamente. Pero ¡qué sería de este país sin los audiovisuales del imperio!
Es decir: la hipocresía está en la calle.
Habría que entender, conocer España para darse cuenta de que treinta y pico de años de democracia no es nada al lado de cuarenta años de Franquismo. La transición, ciertamente, fue modélica, con la ayuda de la monarquía fundamentalmente, pero la creación de una nueva sociedad ha sido tan lenta que todavía se puede decir que está en ciernes. El desarrollo del pensamiento ha estado supeditado a la polaridad antes mencionada, a los rencores de antaño y a la envidia entre personas que, esto último, parece ser el deporte nacional. Es cierto que un taxista puede llevar puesta la emisora de radio que políticamente más le agrade, pero también es verdad que si el cliente que lleva dentro es del bando opuesto como mínimo tratará de no subir nunca más en ese vehículo de alquiler.
La gran suerte, a diferencia de la dictadura cubana donde la gente suele tener doble moral por fuerza mayor, es que en España los taxis no escasean y se los puede pagar cualquiera.
Aquí el que más y el que menos arrastra una enseñanza familiar sobre política, carga encima, inducido o aprendido teóricamente, un dossier de frustraciones provocado por la historia de este país. Porque tanto los rojos como los nacionales hicieron barbaridades; unos quemaron iglesias y hasta curas y otros pusieron a la Iglesia a dar palos en las manos a los niños para que la letra entrara.
Hay suficiente filmografía sobre estas frustraciones.
Los cubanos que emigramos hacia acá, en principio con la mayor ilusión del mundo por razones obvias de antepasados, no pocas veces nos vemos entre la espada y la pared. Se dan los casos de haber simpatizado con gente amena con las cuales, una vez tocado el tema castrismo/comunismo (aunque nosotros bien sabemos que esto es un simple comodín), podemos encontrar repelencia porque el español en cuestión es de filiación comunista. Y ahí automáticamente nos convertimos en sus oponentes. Para los cubanos que, como este que escribe, tienen tendencia más bien progresista, es difícil encajar en algún sitio. Ese lugar intermedio en el que se mira a la izquierda tradicional como idealismo de lo que uno quisiera para el mundo ya prácticamente no existe. Se ha ido borrando con el tiempo y va quedado el nombre de un partido que dice llamarse Socialista Obrero Español. Por otra parte, si no nos interesa la denominada derecha tradicional, el otro polo, habría que pensar en algún partido local que nos complazca o en una agrupación ecologista, aunque las amantes del planeta que hay no tienen todavía fuerza para pugnar en unas elecciones.
El panorama es feo, más feo que un zapato remendado.
El maniqueísmo, en medio de esta lucha ideológica y de poder, se presenta como el principal agraviador de los cubanos exiliados. Y es por pura conveniencia. No es hora de decir que la información sobre lo que acontece en Cuba no llega. En estas últimas décadas han viajado hacia la isla miles de turistas españoles, y otros miles, que no es poco, emigramos hacia acá. Aquí se sabe todo, lo que no conviene es apechugar con nosotros si les puede perjudicar políticamente, o sea, ofender a sus antepasados republicanos.
La otra parte es que la derecha, por esencia, sea anticastrista.
Pero esto es un juego. No nos engañemos. Es una lid en la que estamos dentro, a trompicones, los cubanos que aquí vivimos.
Joaquín Sabina, el cantautor que tanto admiro por su lírica y no así por lo que proyecta en pantalla como persona, sabe perfectamente que el bloqueo es una escusa de Fidel Castro para mantenerse en el poder. Lo sabe porque su gran amigo Pablo Milanés se lo debe haber explicado y porque el autor de Calle Melancolía quedó harto de La Habana, de la pobreza de allí, de los absurdos de todo tipo que se viven en Cuba día a día. Él mismo dijo alguna vez que no volvería más.
Ahora se apea con declaraciones en México en las que, muy hipócritamente, no parece reconocer la gran diferencia que hay entre la nación y el estado cubanos. No es posible que un bardo de su altura pueda confundir las palabras al referirse a que no firma el manifiesto que circula por internet en contra de la dictadura porque va encaminado contra Cuba.
Los cubanos, como él, tampoco queremos instalada una base militar estadounidense en nuestro país. Creo que eso no hace falta decirlo. De lo que se trata es de que, además, no queremos un dictador. En la carta de marras está bien claro.
Solo el cinismo es capaz de manipular las cosas a conveniencia y de manipulaciones a diestra y siniestra está inundada España.
Nosotros, cantautor, nosotros los exiliados ya vamos teniendo la palabra.
No hace falta que pidas disculpas. Te ignoramos a partir de ahora.

Foto del autor
Esta imagen fue tomada en una conferencia de prensa que Sabina ofreció en la extinta Fundación Pablo Milanés, en 1994, en La Habana. Este centro fue cerrado precisamente porque el gobierno cubano dijo que le hacía competencia al Ministerio de Cultura.

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