domingo, 9 de septiembre de 2007

La fuga


Fuimos sorprendidos al caer la noche por un coro de gente instrumental. Aunque parezca extraño, la música que llevábamos salió a flote y fue sumándose sin forzar nada, hasta que miramos y estábamos rodeados, a la vez que rodeando a otros, con la gestualidad progresiva que comienza por una sonrisa y termina entregando el cuerpo. Había decenas de personas de diferentes lugares del mundo, escuchando el sonido magistral de una extraña orquesta filarmónica que sacaba música también del silencio. Cuando llegamos, ya estaba el gentío circulándolos a la orilla de la playa, y pusimos los ojos allí. Creo que nadie se daba cuenta, racionalmente, de lo que estaba sucediendo. Todo el mundo se dejaba llevar. Se imagina uno que llegaron sin convocatoria, con trombones, flautas dulces, saxofones, bombo, platillo, guitarra y tambores de varios tamaños. No había un repertorio prefijado, ni la intención de cuadrar un espectáculo. Se escucharon diferentes ritmos y compases, durante horas, ad libitum, y supongo que a nadie se le ocurrió ponerle nombre a la improvisación, porque terminamos bailando a lo amplio sin pagar entrada y sin saber que íbamos a bailar. El ambiente olía a marihuana, a sal, a pasos perdidos que no deseaban encontrarse con un hilo conductor que no fuera la música. La playa olía al gas envolvente de la máquina del tiempo, el que escapa de la imaginación cuando la mente tiene un mínimo de censura. Nos pareció un viaje a Brasil, a Río, a las playas hippies de cualquier lugar en donde los niños disfrutan el hecho visual, la contagiosa soltura del cuerpo de sus padres. Cerca había cientos de embarcaciones de diversos países del mundo que aportaban un sonido global con las cuerdas dando en el metal de los mástiles. Un perro ladró. Un niño accionó el claxon de su bicicleta. A un camarero se le escapó la bandeja con la cristalería llena. Rozaron cientos de calzados con la arena. Todo sincronizó en un tiempo de música nunca antes registrado en un pentagrama. Sonó bien. Como fuimos sorprendidos y gastamos adrenalina sin prepararnos antes, no hubo tiempo para sustituir las reservas del cuerpo y salimos por una tangente, en fuga. Estábamos llenos de sorpresa. Confundidos. Y los músicos siguieron en su lugar. Habían pasado de la época medieval a la del afrojazzlatino. Buscamos con urgencia una crêpe dulce para compensarnos químicamente, y la encontramos a pocos pasos, en las profundidades de la Barceloneta, esa ciudad a escala que ya fue cantada por Gerardo Alfonso, cuando se inspiró en las sábanas blancas colgando de los balcones. La música lo puede todo. Es un lenguaje único y ocasional. Es abstracta, fugaz, absorbente. Llegamos a casa exhaustos. Supuse que respiramos alguna sustancia relajante. Mi mujer dijo que no, que lo que hicimos fue soltar toxinas en el escape de la imaginación.
El domingo próximo llevaremos un par de claves cubanas, dos baquetitas de madera simplemente. Aunque ya estaremos avisados.


Al final del verano de 2007

Nota: Este texto forma parte de la serie recién inaugurada Músicos en la ciudad.

No hay comentarios: