martes, 16 de marzo de 2010

Luis Goicochea y su hora cero




La Historia le ha pagado mal

Mientras estudiaba la carrera de Periodismo, exactamente a mediados de 1990, según leo ahora en una nota al margen, me presenté en la casa de uno de los asaltantes a Palacio Presidencial, uno de los menos conocidos. Fui hasta allí “reclutado” por una profesora de Historia de la Revolución, Ana Lamas, quien, para un trabajo de clases, me sugirió que entrevistara a un vecino suyo jubilado en esos tiempos.
Se trataba de un olvidado de la Historia de la Revolución, precisamente, o al menos esa fue la idea captada por mí entre líneas. Una noticia, un buen reportaje, una buena entrevista de personalidad. Algo así llevaba entre manos la profesora, seguramente desde la óptica del justo reconocimiento que nunca tuvo su vecino y, de paso, quería que no se perdiera el testimonio de uno de los pocos temerarios jóvenes que llegaron hasta el despacho de Batista. En efecto, Luis Goicochea (apellido de origen Euskera), era el único que podía contar en primera persona cómo se organizó el ataque y cómo fueron esos minutos dentro del despacho del presidente. Minutos –no fueron más de veinte- en los que Batista salvó la vida porque para estos casos tenía prevista una escapada por una puerta secreta, en primer lugar, y también porque jamás llegó el grupo armado que debía dar apoyo a los que irrumpieron en la sede de gobierno.
Hasta ese momento en que realicé la entrevista, al parecer el único autorizado para hablar sobre estos hechos era Faure Chomón, un militar con los grados simbólicos de comandante instalado en la cúpula de gobierno. Todos los años, Chomón hacía su discurso y escribía para diversos medios de prensa; siempre lo mismo, pero, claro, un estudiante de comunicación en Cuba, como era yo entonces, tiene inducida la pastilla de la autocensura y aunque sospeche que hay algo más detrás de la historia oficial debe quedarse en la superficie. Para mi sorpresa, Luis Goicochea, un hombre delgado, de un metro con 60 centímetros aproximadamente, parco en palabras y con una mirada un poco triste, me estaba esperando. Debo suponer que no me esperaba en particular, sino que hacía tiempo guardaba la esperanza de que alguien se acercara para que su nombre no quedara en el olvido.
Hoy mientras escribo estas líneas intercalo en Google su patronímico y aparece, invariablemente, al final de la relación de Asaltantes a Palacio, en páginas fundamentalmente escritas desde el exterior de la isla, aunque en todas, vengan de donde vengan, es “el último”. Es curioso ver esto cuando observo que no se sigue un orden alfabético. La entrevista se realizó en un ambiente muy tranquilo en la sala de su vivienda de Nuevo Vedado, el mismo barrio en el que yo vivía. Prácticamente éramos vecinos y no nos conocíamos. Yo no sabía nada de él.
Ahora lamento, subestimando la oportunidad al tratarse de un trabajo de clases, no haber llevado una cámara fotográfica. Sí fui con una enorme grabadora de cinta magnetofónica que me prestó la administración de la Facultad de Periodismo. Pero no tengo idea de dónde están esas cintas. Lo cierto es que, en uno de los tres viajes que he hecho a Cuba desde que vivo en el exilio (no quisiera discusiones por utilizar este término, ya sé que parece un contrasentido pero lo siento así), rescaté la transcripción íntegra de aquella conversación.
Años después de la entrevista, cuando trabajaba en Granma, al aproximarse un 13 de Marzo, lógicamente, y para ver si en lugar de Faure Chomón podía hablar Luis Goicohea, redacté un extracto medio novelado y lo presenté a la dirección. Cuando digo novelado me refiero a la forma y no al cambio o supresión de datos. Aunque lo entregué con suficiente tiempo, pasó de mano en mano y cada colega, de los especialistas, le arreglaba algo. Me daba la impresión de que querían publicarlo pero esperaban confirmación de más arriba. Luis Goicochea había muerto y, desgraciadamente, seguía siendo un gran olvidado.
No solo tuvo la ventura y aventura de llegar hasta el final del camino en esa operación planificada por otro grupo mientras Fidel Castro estaba en las serranías del oriente cubano, sino también Luis había sido el encargado de alquilar el apartamento del Vedado donde se concentraron los asaltantes a Palacio. Y digo más: a última hora, Carlos Gutiérrez Menoyo, el líder y estratega de la acción, le ordenó que viajara junto con él en el primer automóvil, a sus espaldas, sustituyendo a un hombre que había tenido un ataque de pánico horas antes de salir. La narración ofrecida por Luis Goicochea, en mi versión se convirtió en una especie de thriller progresivo que comienza con las gestiones del alquiler del apartamento y termina cuando Goicochea intenta acercarse a la funeraria donde velaban a su jefe, a Carlos Gutiérrez Menoyo. Es como una cámara subjetiva instalada en los ojos y en la mente de mi entrevistado. Una lente a través de la cual se ve la caravana camino a Palacio, la entrada al edificio en medio de una profunda balacera, luego el ascenso al despacho de Batista y la retirada cuando descubren que el dictador ha escapado. En el medio de la trama, la terrible escena en la que Luis Goicochea ve morir atravesados por ráfagas a sus tres compañeros de viaje, con los que compartió el primer automóvil: “Delante iban Carlos”, dice la voz, “y Luisito Almeida al volante; en el asiento posterior, Pepe Castellanos y yo detrás del chofer”.
Pero no, Granma no publicó ese reportaje. Una vez más, ante la impotencia que me creaba el asunto, salió la archiconocida palabra de Faure Chomón, ciertamente el segundo al mando de la operación, pero éste no llegó hasta donde Goicochea pudo ver.
El reportaje finalmente conseguí publicarlo en Juventud Rebelde, no recuerdo en qué año exactamente, pero sí lo visualizo en la contraportada. Con algunas fotos de ambiente –el camión de Fast Delivery, es de suponer- sé que además utilizaron una foto tipo carné que conseguí de Goicochea. Fui personalmente a su casa y su familia me entregó lo que tenían, recordándome amablemente, varios años después de la entrevista.
Hasta dónde pude saber, Luis Goicochea tuvo un cargo estatal de cierta confianza relacionado con el ámbito de la agricultura. Estaba jubilado y además silenciado. De antemano, alguien me había dicho que mi entrevistado tuvo alguna relación con los revolucionarios que después se alzaron contra la revolución. Me habían dicho que estuvo castigado severamente hasta que se retractó. Esto era un rumor. En los libros de historia, por supuesto, nada de ello encontraría. Mi profesora de la universidad, su vecina, no estaba autorizada a contar nada que no apareciera en los libros. El único era el propio Goicochea.
Aunque yo era demasiado joven –estaba metido en el meollo de los lineamentos o pautas de lo que hay que hacer dentro de la mal llamada Revolución-, le hice la pregunta a Luis:
-¿Tuvo usted algún vínculo con los alzados?-formulé la frase sin rodeos para que soltara de la misma manera lo que tuviera que decir.
-Esa parte de la historia no se la he contado ni a mis hijos.
Ahí quedó todo, porque fue la pregunta final.
Sin dudas, hubiera sido un testimonio valioso para la reconstrucción de la otra dictadura que comenzó justo dos años después de que Luis asaltara Palacio.

Nota: No hubo manera de encontrar una foto de Luis Goicochea. Agradezco a quien pueda aportar una. Fue un amable entrevistado. También fue un lamentable descuido mío no llevar una cámara.
La imagen de arriba, el entorno del antiguo Palacio Presidencial, la tomé en uno de mis viajes a Cuba en los años 2000.

3 comentarios:

Rodrigo Kuang dijo...

Por entradas como esta es que creo que tu blog es uno de los mejores de la blogada cubana en el exilio (sí, exilio ¿por qué no?), tienes el toque exacto entre la razón y la creatividad, además de un ángulo privilegiado por haber vivido en medio de la maquinaria propagandística en la isla. Tu objetividad despojada de apasionamientos innecesarios, sin fanatismos, es un punto de referencia inevitable para lo que será un día la reconstrucción de nuestra historia.
Abrazos.

Jorge Ignacio dijo...

Amigo Rodrigo: me sacas los colores de la cara con el elogio. y sí, tengo un ángulo privilegiado para decir algunas cosas que viví desde dentro de esa maquinaria de poder.Pero te confieso que ha sido un proceso duro para poder llegar a contar algunas cosas, porque ese terror a que un día te ocurra un "accidente" en la calle se lleva por dentro. Aunque es muy posible que tenga un poco de paranoia también.
En fin, querido amigo, creo que concuerdas conmigo en que es vergonzoso que los diarios cubanos no tengan en su archivo un foto de Luis Goicochea. ¿Por qué será? un abrazo fuerte.

Dr. Antonio de la Cova dijo...

El relato de Luis Goicochea sobre el asalto a palacio fue citado en el libro de Robert Taber, M-26: The Biography of a Revolution (1961), páginas 112-122. El matancero Goicochea tenía 33 años. Faure Chomón fue el primero en huir cuando inició la balacera y nunca entró en palacio. Chomón dice que fue herido, pero en vez de ir a un hospital, fue a la universidad, y de allí también huyó cuando llegó la policía. De los 25 muertos del asalto a palacio, no hubo ni un solo miembro del Directorio Revolucionario. Todos eran seguidores del Auténtico Menelao Mora, que habían pertenecido a los grupos gangsteriles de la UIR, MSR, ARG, y de la Triple A de Aureliano Sánchez Arango.