sábado, 24 de abril de 2010

El libro, la rosa, la princesa y el dragón



Le pusieron Jorge porque ese era el segundo nombre de su padre. El primero, lógicamente, identificó a su hermano que vino al mundo un año y un mes antes, llevándose no solo la supremacía patronímica, sino, también, un mundo de atenciones inédito en la historia de su familia.
Pero a la postre Jorge se convirtió en un destacado defensor de princesas, según la leyenda que lo sitúa, acorazado, empuñando una garrocha y galopando sin frenos para liquidar al temible monstruo que tenía al pueblo en un hilo de esperanzas. Se volvió un ídolo de masas, un referente del coraje que aparecía en los momentos más necesitados y puntuales. Cuando se aproximó a la edad de la madurez, en la mediana parte de todos los años que iba a vivir, decidió retirarse tranquilamente a escribir poemas de amor en lo alto de una montaña donde construyó una pequeña y recia vivienda.
Luego se enteró de que su nombre lo llevaban miles de jóvenes y niños en honor a él.
Desde lo alto soñaba con volver a su país algún día, allí donde depositó los restos de su padre que, aunque bien guardados, le quedaban muy lejos para enviarle flores por correo postal. Comenzó a medir el tiempo mediante un sistema de rayas abiertas en una pared, sumando y sumando cada mes de abril hasta que la radio, por fin, anunciara que el camino de vuelta estaba limpio de la maleza creada por un ogro al que nadie había podido reducir. Ni siquiera él.
Una vez, visitó un curioso castillo que también funcionaba como mirador en la cima de una colina de Lisboa, puerto de mar donde se enlazaban los caminos hacia todas partes del mundo. El castillo llevaba su nombre. Según resultados de una investigación bibliográfica, Jorge provenía del idioma griego y significaba la nobleza de espíritu de un varón salido del campo. En inglés tenía traducción, en griego una grafía rara y en catalán ostentaba profunda tradición. Desde la moldura de piedra de un asiento viejo en lo alto del castillo, se juró que reuniría todos sus esfuerzos físicos y mentales para echarlos al mar y que las corrientes del océano se encargaran de darle el toque final al opresor.
Ayer por la mañana, en su casa, recibió una agradable sorpresa. Tenía la radio encendida como siempre cuando alguien tocó suavemente a la puerta, tres golpecillos eventuales que al parecer llegaban de otro lado del mundo. Cuando abrió el postigo encontró el rostro de una conocida princesa de la literatura universal, descrita en casi todos los volúmenes que había hasta el momento. Primeramente pensó que era una ilusión óptica pero rápido ella le dio calor con su mano y le colocó delante un ejemplar recién publicado de un escritor muy joven. El texto se llamaba La soledad de los números primos y versaba sobre la relación de elementos próximos que, sin embargo, nunca llegan a tocarse.
La invitó a pasar.
El almanaque colgado en la puerta de la cocina tenía circulado ese día de antemano, el día que vivían que era el día de su santo.
Jorge tomó el ejemplar antes de beber el café matinal. Lo hojeó con cuidado mientras pensaba cómo ofrecerle una flor a la muchacha. Su rosal estaba abandonado. La princesa, lógicamente, esperaba recompensa.
Allí donde nadie va, extrañamente, esa mañana volvieron a tocar a la puerta. El casero fue a destapar el postigo dejando la conversación detenida en los ojos de la infanta que brillaban con una mezcla de líquido y luz.
Detrás del postigo estaba el velo de una gitana que vendía rosas a domicilio por un precio más alto de lo común. Jorge pensó en regatear primeramente y a continuación se aseguró de que esas cosas sólo ocurren una sola vez.
-Está bien. Deme una blanca- solicitó convencido.
Costaba el triple de su precio orgánico, pero en ese caso de lo que se trataba era del valor de uso, del valor del servicio y no del valor individual de un producto de la tierra.
La gitana continuaba de camino cuando se giró inesperadamente, como alguien que automáticamente vuelve para liberar un lastre:
-Me han dicho a primera hora que el monstruo está agonizando. Ya puede empezar usted a descontarlo- voceó con acento andaluz.
Jorge regresó a la cocina en busca de unas tijeras para cortas las espinas y se fijó en que las rayas surcadas en la pared sumaban un número impar.
Quedó un rato en silencio mirando los ojos lelos de la joven princesa, quien había sido la causante de que esa mañana las cosas estáticas tomaran otro rumbo.
Cuando reaccionó, el anfitrión movió el dial de la radio en busca de una emisora musical.

3 comentarios:

Tania dijo...

¡Qué hermosa fábula, amigo George!Siga Ud.por este camino, le auguro mucho éxito...no soy gitana, pero estoy segura de su talento. Por cierto: le encantará el libro.

Anónimo dijo...

HOLA YOYI ES LUISA. VEO QUE ESTAS BIEN ADORO LEERTE. SI PUEDES ESCRIBEME A MI MAIL YA ME MUDE. UN BESO CUBANO BIEN GRANDE

Anónimo dijo...

¡Hola! Jorge, Una historia en dos tiempos a modo de fábula... ¿Que tiempo le quedara al MONSTRUO? Saludos Feriales, Eduardo...