jueves, 1 de abril de 2010

La extraña habitante de un palacete en ruinas


Una tarde de 1997, me enviaron del periódico a casa de una joven escritora desconocida que acababa de ganar un premio nacional importante. Me tocó, de acompañante, el fotógrafo más desanimado de los que habitualmente dormitaban en los sofás del departamento de fotografía de Granma, un tipo en vías de jubilación con muy pocas ganas de inspirarse en algo ni de retratar a nadie. Llegamos a una esquina de la avenida 23, cerca de Paseo, y el chofer señaló un caserón descascarado que a todas luces era una de las tantas ciudadelas que adornaban el Vedado con ese aire señorial bastante tirado al abandono. De lejos era como todos: un regio palacete ecléctico de dos o tres plantas hilvanadas por columnas altas. De cerca, un crimen cometido con ensañamiento y alevosía a la arquitectura universal, una construcción abandonada a su suerte que albergaba no sé cuántas almas pendientes de un apuntalamiento paliativo, no tanto para salvar el inmueble como para que sus habitantes no murieran aplastados.
En fin, porque me puede patinar la memoria descriptiva que la mayoría de las veces se comporta de una manera impresionista: era una cuartería remendada con rejas interiores y en donde vivían decenas de familias como si se tratara de un colectivo a prueba del Gran Hermano, el programa televisivo donde todo el mundo vigila tus pasos. En esa antigua mansión de ricachones habaneros de los años cuarenta vivía Ena Lucía Portela (no sé si continúa allí), ocupando su morada lo que en principio debió haber sido una habitación, ahora independizada con puerta y servicios propios. Para mí, lo más impresionante de todo no fue el lugar en sí, porque de esos había visto muchos habiendo nacido en el propio Vedado; fue encontrar a mi entrevistada, toda una intelectual del campo de las letras, adaptada sin remedio a las formas de vida de ese condominio pre delictivo de la capital.
¿Y por qué no, si en La Habana mucha gente vive en cuarterías? ¿Por qué no ella?
Ena Lucía resultó tímida o quizá retraída. Hablaba poco, pero en sus extraños y grandes ojos había una luz cristalina que como menos resultaba interesante. La entrevista se desarrolló dentro de su cuarto –en España un espacio así equivaldría a un estudio-, pero para hacer la foto, el malísimo retrato que consiguió mi colega, salimos al balcón colectivo, una azotea a luz ambiente tranquila a esa hora de la tarde.
No solo estuve sorprendido de su hábitat -¿cómo se puede escribir sin privacidad?, me preguntaba yo tontamente-, sino me quedé impactado con el raro título que dio a la novela ganadora del premio de narrativa de la Unión de Escritores cubanos de ese año: El pájaro: pincel y tinta china. Por aquellos días, Ena Lucía era una revelación, o lo que mi jefe de entonces le encantaba decir de los jóvenes talentosos: “una promesa”.
Como la vida da tantas vueltas, en un reciente viaje a Madrid una amiga me prestó un libro de esta escritora que ha dejado de ser novel para convertirse en una de las más importantes voces de la narrativa joven actual latinoamericana. Cien botellas en una pared, publicado aquí por Debate, es una de sus más recientes novelas (2002) que, como es habitual en esta escritora, se vale de un estilo rápido y desenfadado, totalmente coloquial, vulgar en el sentido próximo de la estampa que ofrece aunque no así en la originalidad de la estructura. Mezcla también de altos vuelos literarios en el uso del lenguaje, se trata de un texto bastante sórdido ubicado en los terribles días del llamado eufemísticamente por el gobierno Período Especial. Ya se sabe que de Especial no tenía nada, todo lo contrario. Para mi sorpresa, la autora describe en este volumen cómo es aquella casa, de la que hablaba yo antes. Entonces, además de datos de cómo se pobló así el inmueble con el triunfo de la mal llamada Revolución, me entero por ella misma cómo se escribe encerrada en un lugar tan roñoso. Parecer ser el mejor sitio para encontrar sus personajes, para nutrirse de un buen argumento.
Casualidades de la vida o no, lo cierto es que ahora que voy por la mitad de Cien botellas…corre la noticia por internet de que Ena Lucía Portela, la joven escritora de 38 años criada entre la marginalidad y la violencia de un solar habanero, la misma muchacha díscola que ha construido su obra entera dentro de aquellas abandonadas paredes de La Habana, ha firmado la carta de denuncia a la dictadura de la isla. Me parece muy coherente y por supuesto valiente. Se expone a que la silencien, la marginen, la veten de las bibliotecas públicas. No sería la primera vez que hagan algo así.
Hay que ser muy corajuda para arriesgar lo único plausible que se puede tener en Cuba y es que, dentro de los cánones permitidos, le publiquen su obra.
No me asombra tanto que Ena Lucía haya tomado el camino honesto de denunciar a los tiranos. Su actitud es coherente con su vida, con su estilo narrativo, con los temas sociales que trata. Me sorprendería mucho si esa actitud viniera de otros escritores.

La imagen superior corresonde a la solapa de la edición de Debate de Cien botellas en una pared.

2 comentarios:

Rodrigo Kuang dijo...

Como siempre, tu entrada es magnífica. Otra intelectual que se une a gente como Angelito Santiesteban, de frente y sin dobleces. Después de la victoria de los Industriales anoche, de nuestro campeonato habanero, esta es otra muy buena noticia para seguir sonriendo y creyendo en el futuro. ¡Industriales campeón!

Silvita dijo...

Siempre he sido y seguiré siendo una admiradora de esta muchacha tan bella que escribe tan rico. Si ella supiera lo bien que la he pasado con sus libros en mi islita balconera! Gracias por publicar este post, yoyi!