miércoles, 22 de diciembre de 2010

Aguinaldo de papeles “viejos”


Disponible en imprenta dos años de este blog

El sistema de autoedición, bajo la imagen corporativa de un sello casero que se llamará en lo adelante Ediciones Bob (como recuerdo a mi padre), ha traído a nuestra puerta mi segundo libro, por correo ordinario, un día tan gris y lluvioso que daba más melancolía que euforia.
Da la coincidencia de que el telefonillo de mi apartamento está estropeado, por lo que el cartero dejó una notificación en los bajos para que fuera a recoger el paquete a la oficina postal de la zona. Cogí un paraguas y salí a buscarlo –al cartero- para ver si me lo encontraba por los alrededores y me evitaba tener que esperar un día más, como indica la nota de aviso. Pero el hombre ya no estaba a la vista. Así que, durmiendo mal –por culpa de varias circunstancias que tradicionalmente se juntan en navidades- al siguiente día volví a coger el paraguas. Llevamos dos jornadas con el cielo cerrado en Barcelona, pero solo cae el mortificante chiri miri que, como se sabe, no moja aunque sí empapa.
En Correos me estaban esperando. No exactamente a mí, sino a que entrara alguien por la puerta. Los empleados de la oficina que me toca –funcionarios del Estado- estarían jugando a las cartas –a la baraja- de no ser porque parece que tienen dos dedos de frente y encaraban el aburrimiento con resignación. Me dirigí al primero comenzando por la izquierda y le extendí la notificación de mi libro. Buscó amablemente entre los bultos y dio rápido con un paquete de cartón, manuable. Venía de Malmö, Suecia, donde tengo una amiga.
No esperé a llegar a casa y lo abrí en la propia oficina, sentado en una mesa redonda que tienen allí para rellenar modelitos de correos certificados. El contenido ya lo conocía, claro, pero estaba muy curioso por saber cómo habían impreso la foto de portada que hice junto con mi mujer –la fotografía, porque la cubierta la diseñó ella. Todo estaba perfecto, mucho mejor de lo que imaginé, incluyendo la encuadernación. Son 203 páginas que recogen casi dos años (entre finales del 2007 y finales del 2009) en los que trabajé vendiendo electrodomésticos, una experiencia que me llevó a conocerme mejor por las exigencias de tratar con todo tipo de personas, reír y seducir por oficio; algo que después se convirtió en hábito con la finalidad de vender más, egoístamente hablando. Aunque recuerdo que yo mismo no me creía nada de lo que estaba vendiendo. Sin mencionar los detalles de la empresa –hay varias cadenas especializadas en Barcelona-, el libro ahora compila los estados de ánimo de un servidor, en aquellos tiempos que parecen lejanos pero que en realidad no lo son.
La distancia que he tenido que tomar desde que me marché de las tiendas voluntariamente, ha sido necesaria, obligatoria, diría yo. Ahora toca manosear un caso cerrado y descubrirme a mí mismo en aquellas fechas en las que –como ahora- nunca dejé de soñar con cosas imposibles.
En la casa, más tarde, cómodo en el sofá, comencé a releer aquello sin poder evitar la sorpresa, la coincidencia del tiempo o de los tiempos. El libro comienza en plena campaña de navidad del 2007 y recoge crónicas de cómo yo concebía entonces estas fechas, días tristes para los emigrantes y a la vez días ilusorios para alguien que nunca había vivido intensamente las fiestas de fin de año. Es decir, todo lo que conlleva el montaje de un arbolito y la puesta en escena de otro montaje: el de los regalos.
Si lo hubiera planificado, no hubiera salido tan bien la sincronía de que el libro llegue ahora, pero hay que reconocer que a veces la vida tiene gracia y, por supuesto, está cargada de simbolismos.
Agradezco a los lectores que un día, por casualidad o no, dediquen un tiempo a leer Historias de depiladoras y batidoras americanas, el libro del blog.
Felices fiestas a todos.

Foto del autor

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