viernes, 24 de diciembre de 2010
Por el camino encontré un árbol...
Ayer, en un bar de una amiga, recordamos cómo nuestra generación en Cuba se perdió durante años las navidades. No las conocimos hasta que el Papa Juan Pablo II visitó la isla en 1998. Ya era demasiado tarde para nosotros, porque éramos hombres y mujeres.
En ese año fue que el autonombrado Estado Revolucionario permitió celebrar la Noche Buena y todo lo consiguiente. Mi amiga me dijo anoche que fue alguna vez a la Misa del Gallo, en la Catedral de La Habana, pero no por religiosa, sino porque, como se trataba de algo prohibido por la ley, sentía curiosidad. Mi padre, que en paz descanse, tuvo que convertirse en marxista a la fuerza, lo cual no deja de ser una impostura porque en su interior continuó siendo católico, extrañando las navidades, el arbolito, las guirnaldas y los turrones; hasta que el prelado pactó un armisticio con los barbudos que continuaban dirigiendo a la nación. Pero, como dije, ya era demasiado tarde. El daño estaba hecho en millones de personas que se vieron obligadas a utilizar un disfraz invisible para poder sobrevivir en una tierra que de pronto se convirtió en agnóstica. Un largo archipiélago que, en dos generaciones, ya había cambiado el modo tradicional de celebrar sus fiestas pautadas en el santoral católico.
Es por esto que soy agnóstico; porque me lo enseñaron en la escuela.
Cuando era un niño –había nacido en 1965-, los maestros de primaria le dijeron a mi madre que era totalmente incompatible que en casa me llevaran a la iglesia. Tenía que escoger. Mi madre –que en paz descanse también- optó por seguir el estándar social, seguramente para no tener problemas, sin consultármelo, obviamente. Con los años he podido recapitular lo sucedido y he podido aprender algunos de los cánones católicos, como cultura general, en primer término, y en segundo para poder acompañar alegremente a mi mujer en las navidades que tanto le gustan. Porque al principio de conocernos yo me negaba a montar un arbolito, aquí en Barcelona, cuarenta años después de que mis profesores de primaria me arrancaran de las misas.
Entonces miré a mi alrededor y me di cuenta de que en Catalunya había opciones mediáticas y no discordantes con nadie. Se trataba solo de encontrar un sentido de las fiestas a partir de las tradiciones locales. Vi que un tronco sencillo, rústico, complementado con una barretina –la gorra de identidad nacional- y con una sonrisa pintada era el equivalente de un arbolito de navidad. Esta figura era el Tió de Nadal (Tió de navidad) que, una vez pasada la Misa del Gallo, y si se le había ofrecido comida previamente, entregaba los regalos en las familias. Como una deidad, si lo llevamos al plano religioso africano, que necesita ofrendas, generalmente dulces y frutas. Pero una deidad natural, capaz de lar lumbre y calor en estos días tan fríos.
Un tronco tal cual, con cáscara y resina, al que le habían salido manos y pies.
Hablé con él, en silencio, cuando estuvimos a solas, hace ahora unos pocos años. Le conté lo que estoy narrando en esta página y me dijo lo siguiente:
-No importa que seas agnóstico. Lo que sí estaría bien que corras la voz de lo ocurrido en aquella isla para que no vuelva a suceder. Todo el mundo tiene que ser libre de celebrar sus tradiciones. He venido para ser tu nueva familia. Si me aceptas; comenzaremos por ahí.
Desde entonces, mi mujer y yo ponemos un arbolito y al lado un Tió de Nadal.
Deseo a los lectores de este blog felices fiestas, reunificación familiar y sobre todo paz espiritual.
¡Feliz navidad!
Foto del autor
Venta de Tió de Nadal en un mercadillo de Barcelona.
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