viernes, 17 de diciembre de 2010

Bienvenido, Míster Mario


Con la asignación del Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa hemos vivido momentos de reconocimiento colectivo, lo mismo las minorías que los seres más comunes; eso si acaso los comunes fueran lectores imparciales, amantes de la letra impresa por hábito de infancia.
Porque hay otros que compran el título de moda y lo exhiben en el vagón de metro donde viajan, como mismo se exhibe un botín de cuero o unas gafas de diseño. No obstante, comprar literatura para exhibirla no es de las más feas maneras de frivolidad.
España, según lo que veo, es de esos países trajinados por el paso del tiempo, de un lado a otro de los grandes mares –o, como diría Paco de Lucía: entre dos aguas-; primero que todo por su emigración forzosa en los dos últimos siglos, ya sea por razones económicas, políticas o las dos cosas juntas. Pero la identidad ibérica, bien conocida a través de la gastronomía, ha estado luchando tenazmente contra los cantos de sirena. Hoy –“muchos años después…”, y ahora cito a García Márquez-, vivimos en una sociedad que todavía confunde sus identidades con el desarrollo tecnológico y necesita importar ideas de Estados Unidos constantemente (formatos de programas de televisión y música sobre todo), por mucho que el discurso cotidiano, el verbal, lo niegue: Si nos guiáramos por lo que dicen, los españoles serían los seres más anti yanquis del mundo.
Esa doble moral casi nadie la cuestiona y mucho menos la acepta (salvo raras excepciones, como mi suegro, que es un gran consumidor de cine hollywoodense y reconoce que es la mejor industria que hay). Con respecto a Latinoamérica, ese mundo todavía les queda muy lejos en sentido general. Claro que es una paradoja, a diferencia de otros antiguos imperios que tienen integrados en su sistema de vida lo que sembraron allende los mares. Latinoamérica, todavía hoy, se concibe desde España como un lugar para hacer dinero. Si no estamos de acuerdo, pensemos en Bisbal, en Chenoa, en Bustamante.
A mí me ha dado mucha rabia ver cómo han tratado aquí la noticia del Nobel de Vargas Llosa. Ha sido desmedido el tratamiento para lo que realmente importa un latinoamericano (ya no se utiliza tanto sudaca como despectivo; ahora está más en curso decir “un Machupichu”, manera suave de identificar a un sujeto con rasgos andinos). Antes del Nobel, Vargas Llosa vendía libros bastante bien (recuerdo lo mucho que transitaba en el metro La fiesta del Chivo, al llegar yo a este mundo), pero ahora se ha convertido en algo más que un escritor importante: Ahora es un tema informativo, una vuelta de hoja hacia su nacionalidad –de peruana a española-, un Nobel, en fin, español.
Será porque se necesitaba otro Camilo José Cela en el ambiente y éste, por suerte o desgracia, ya no está. Entonces, como planteó irónicamente Berlanga en Bienvenido Míster Marshall, la sociedad se hace la ilusión de que es importante en el mundo mundial al salir en las noticias.
El diario El País no podía permitirse cubrir el acto en Estocolmo con su corresponsal allí; envío, pues, a un especialista para que cronicara el momento en el que Don Mario hablaría de España como su segunda patria, país de acogida, laboratorio de pruebas donde, por cierto, se ensayó el Boom Literario Latinoamericano de los años 60.
Pero Mario, que, a diferencia de su coterráneo Alfredo Bryce Echenique, no tiene pinta de Machupichu, evocó a Perú con nostalgia y suficientes adjetivos de cariño, porque en definitiva él, que quiso ser presidente en su tierra, ha crecido como se debe, con el paso del tiempo, y no con los privilegios que le ha dado la vida y que él mismo reconoce. Hubo un párrafo en su discurso de investidura que me parece clave. Es éste, hablando de su estancia en París:
“… Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.”.
Ahora Mario, como siempre lo ha hecho, tendrá la misión de desmitificar su Premio poco a poco, entre micrófonos acosadores de la prensa rosa, reuniones, cócteles, programas serios de Radio Nacional de España y conversaciones de tránsito con los taxistas. Granito a granito de arena. Nadie que no sea él sabe bien lo que tiene que esperar un humanista de su altura en el camino hacia el Nobel. Lo que tiene que sufrir.

En la foto, el joven Don Mario, probablemente en los años de París.

1 comentario:

Anónimo dijo...

tu tambien ponte a hablar mierda y veras.