viernes, 3 de diciembre de 2010

La purísima concepción de un puente


El que no tiene las maletas hechas, por las razones que sean, está pensando en colgar los hábitos esta tarde, los hábitos de levantarse temprano y los de no hacer muy larga la noche. Pura rutina de entre semana que ha quedado como un sistema de señales dentro de lo que se considera la gestualidad doméstica: un bostezo, un estirón, un juego de manos con el mando a distancia, un mordisco a esa tableta de chocolate tan traicionera a veces.
El chocolate, dicen, tiene la virtud de calmar los nervios y de subir la libido, de emboscarse entre los dientes de una manera escabrosa no muy fácil de olvidar. Por eso mismo es que entretiene y desvía toda atención tormentosa producida en el trabajo, ese lugar más obligatorio que deseado. Pero veamos que el lapso de tiempo corriente entre el chocolate, el sofá y la cama es bastante breve de acuerdo con lo que necesitamos. Es por ello que un puente como el que comienza hoy viene a resolver estos asuntos con más calma.
Hay que proyectarse en dirección a cualquier lugar menos al trabajo. Salir o no salir da igual –muchas veces, debido al tráfico de coches, es preferible lo segundo-, siempre y cuando uno sea capaz de desconectar de verdad. Por supuesto, las agencias de viajes aprovechan estas oportunidades que les da la vida para intentar vendernos el itinerario ideal, que luego veremos no será por el precio económico indicado en las preliminares.
Dice La Vanguardia que a partir de esta tarde saldrá medio millón de vehículos catalanes de sus lugares habituales, presumiblemente hacia la nieve. Esto sugiere el desplazamiento de dos millones de personas más o menos, solamente en tránsito en sus vehículos particulares. Si uno se pone a pensar en lo duro que está el panorama fuera de casa –aquí en Barcelona metropolitana está todo tranquilo y con un sol radiante-, pues no saldría a buscar montañas nevadas ni placas de hielo en el camino, que suelen ser tan peligrosas, sobre todo para el animal (i)racional de ciudad.
Y si cavilamos, por otra parte, que dentro de cuatro o cinco días todo volverá a ser un hábito –trataremos de no pasar el aspirador por la noche-, entonces nos encontramos en la gran disyuntiva de salir o no salir, un dilema Shakespeareano de nuestros tiempos. El pecado original, supongo, está en haber adquirido un coche alguna vez.
La guía de carreteras Michelin nos ha hecho un cálculo de cuánto vamos a gastar mi mujer y yo si, como tenemos previsto, realizamos un viaje en un mismo día a la Venecia de la costa catalana. Empuriabrava está aquí al lado, es factible y sería curioso visitar esos canales mediterráneos que hemos visto en documentales. Es factible siempre y cuando no hagamos noche allí (la guía Michelin no cuenta gastos de alojamiento).
Sería un viaje alternativo, contracorriente. No harían falta cadenas en los neumáticos ni equipos especiales para la nieve. A estas horas, nos seduce la palabra puente por sus connotaciones de enlace. La carga simbólica de un término muy bonito también en inglés (Bridge), es un contrapeso del circuito monótono de nuestras vidas. Para los que vivimos en una gran ciudad, el diarismo incluye el viaje subterráneo en el metro, ese trayecto parecido a una serpentina en el que casi nunca miramos a los lados, sino más bien hacia abajo, hacia el papel de un libro o hacia los zapatos de los otros.

Foto del autor
El Puente del Petróleo conecta el litoral con las aguas de Badalona, un municipio contiguo a Barcelona. Ya no llegan barcos allí con el oro negro, pero el nombre se ha quedado como documento histórico de lo que fue una ciudad industrial, convertida en balneario.
Estos cinco días festivos –desde mañana hasta el miércoles 8- significan el puente más largo en España desde el 2004. Se le denomina Puente de la Constitución o Puente de la Purísima.

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