miércoles, 15 de diciembre de 2010
Historia de una silla vacía
Parafraseando al poeta traidor
No lo queríamos para nosotros, pero al final ha sido verdad esa sospecha acerca de la terquedad del gobierno militar de la isla, al no permitirle recoger el Premio Sajarov a Guillermo Fariñas. Como mismo hicieron los autócratas chinos con el Nobel de la Paz, hace escasos días.
Es como si le temieran a su sombra, la que ha sido testigo de atropellos múltiples a lo largo de medio siglo, tiempo en el que tres o cuatro generaciones de cubanos quedaron estancadas en un lino verde podrido, resbaladizo, traidor. Digo esto porque no podemos olvidar que a veces nos hemos matado a nosotros mismos en ese afán de supervivencia, con bayonetas de papel desdibujando al prójimo en los colegios, y también con cuchillas caladas en el combate cuerpo a cuerpo de la doble moral, toda una vida. Incluso en este exilio que, como a cualquier emigrante, exige una carrera rápida y eficiente para no perder la identidad, al tiempo que conseguimos la libertad de expresión y de movimiento.
Si somos culpables también, de una manera chiquita aunque sea, instrumentados desde niños por ese régimen despótico que tropicalizó las maneras del estalinismo, como bien ha dicho Fariñas esta tarde, eso sería cuestión de pulimento en el camino hacia la democracia nacional. Lo que sí no podemos permitirnos es el cuerpo a cuerpo vil una vez más, ser víctimas de la manipulación de Estado que no hace otra cosa que sembrar el odio entre nosotros, los de la diáspora con los de adentro, los de adentro con los de afuera y los de adentro con los de adentro. Ese mapa descabezado y caótico que somos es el que hay que tratar de ordenar antes de que sea demasiado tarde.
El propio Fariñas tiene detractores cubanos en el exilio. Algunos descalifican a un hombre honesto que no busca notoriedades, sino el reencuentro pacífico entre todos los que fuimos, de una u otra manera, parte de aquel terrible sistema.
Si Fariñas parece un Gandhi caribeño, con su cuerpo escuálido a la vista de todos, pues bienvenido sea. No es hora de debatir sobre su imagen, sino de pensar que estos activistas pacíficos entroncan con el debilitamiento de la dictadura, con el propio descrédito de ella por sus torpezas, una tras otra.
Ya nadie cree en el Castro redentor que engatusó al mundo mientras se aprovechaba miserablemente de las familias cubanas. Los oportunistas tendrán que acogerse al beneficio del olvido, que es lo que mejor se puede hacer con los traidores que un día hablaron en nombre del comunismo, cuando en realidad lo que nos rodeaba era un culto manipulado hacia una sola persona.
De ese culto unos nos pudimos desprender, y otros, como aquel poeta cantor, se acomodaron como auténticos burgueses proletarios.
A Silvio Rodríguez le devuelvo sus versos, pensando en esa silla que la junta militar ha dejado vacía hoy en el Parlamento Europeo:
En el borde del camino hay una silla/ la rapiña merodea aquel lugar/ la casaca del amigo está tendida/ el amigo no se sienta a descansar/ sus zapatos desgastados son espejos/ que le queman la garganta con el sol/ y a través de su cansancio pasa un viejo/ que le seca con la sombra el sudor.
Foto del autor
Una de las escenas de la obra La Tempestad, de Shakespeare, en versión cubana del grupo Buendía. En la imagen, el actor Pablo Guevara.
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