miércoles, 20 de junio de 2007

Se hunde la isla

El orgullo cubano, podría decirse, es más fuerte que el orgullo gay. (Sin que una cosa sea excluyente de la otra en determinado contexto). Antes de salir de la isla, y conocer otras infraestructuras planetarias, yo pensaba que la terminal “nueva” del aeropuerto José Martí era moderna y original. Una vez allí, de vuelta de España al cabo de seis años, el paradero me pareció una nave inhóspita y vulgar, como pudiera ser cualquier apeadero poco histórico del mundo, pero con el distintivo de la pretensión. Aquellas estructuras metálicas en demasía, el rojo vanguardista de la pintura de los hierros, el olor a humedad, a guardado, a sudor, a vaho tropical, nada tenía que ver con las pretensiones del centro cultural Georges Pompidou, que en su época de construcción, precisamente por la abundancia de hierros a la vista, fue un escándalo.
Así y todo, los cubanos “vendimos” alguna vez dicha terminal como un hito de la arquitectura nacional, al igual que antes hicimos con el palacio de convenciones. Utilizo el plural de modestia porque, aunque no recuerdo estas palabras en mi boca, hube de pensarlo con seguridad, movido por el sentimiento provinciano que nos inculcan desde niños en los colegios de Cuba, que no nos permite ver más allá de nosotros mismos. De vuelta a mi país no he dejado de sentir vergüenza ajena ante mi mujer por la arrogancia que se respira por todas partes. Una parte buena tiene la arrogancia, y es el sentido de seguridad que insufla al individuo. Hay muy pocos cubanos con la autoestima baja, aunque les vaya el techo encima literalmente. Siempre una sonrisa de oreja a oreja, siempre un apretón de manos, pero, ay, cuánta desmesura. ¡Cuánta hipérbole regalada, obligada casi! Nuestros sueños no pueden ser pequeños, y quizá por eso nuestra terminal aérea es la mejor.
Es preferible, para los cubanos que no han podido marcharse, continuar venerando esa estación, y ya no digo nuestra porque no me sentí de allí.
Cuando uno regresa a Cuba ya no es el mismo. La gente no quiere que uno sea el mismo porque necesita marcar la diferencia. Es un recurso bastante digno aunque triste. ¿Qué puede haber cambiado esencialmente en una persona que vive algo más de cinco años fuera de su país?
Creo que, al marcar la diferencia, en primer lugar, la gente que aún vive en la isla encuentra el acomodo para hacer catarsis. La catarsis la encontramos en cada una de las familias, de los individuos, de los amigos y conocidos. Hubo un momento, a principios del viaje, en que le dije a mi mujer:

-Mi amor, oídos sordos o terminaremos sintiéndonos culpables.

Aunque le dijimos a nuestros amigos que estábamos al tanto de lo que sucede en Cuba, la gran mayoría se volcó en la descarga existencial, no filosófica, sino la pura y materialmente existencial.
Cuando salimos la semana pasada de nuestra querida Habana, mi mujer no lograba hilvanar un comentario más o menos largo de lo que había visto. Seguía encasquillada en “me gustó y no me gustó”. Le he dejado reflexionar en la distancia, pero todavía hoy argumenta poco más. ¿Qué se puede decir de un país en el que los profesionales están matando el tiempo en sobrevivir, en el que todo el que posee un automóvil pasa más horas mecaniquéandolo frente a la casa que conversando con su familia, con su mujer? En las crónicas anteriores en que dije que el país huele a gasolina no utilicé una metáfora. La gasolina se pega a la ropa porque está almacenada en depósitos en los maleteros de los automóviles, en depósitos dentro de las casas. La gasolina es imprescindible para mover el día a día allí, al igual que en otras partes del planeta, pero en otras partes del mundo no se huele.
Un país que vende como artesanía sus dolores más cotidianos es, más que surrealista, kafkiano.
Creo que lo que me da el derecho a escindirme de mi país a conveniencia es, precisamente, el haberme marchado sin ventajas, quemando las naves, y luego regresar estigmatizado, cuando me lo permitieron las leyes gubernamentales.
No solo viajé a Cuba impulsado por salvar la memoria de mi padre dentro de mi pequeño núcleo familiar, sino, además, necesitaba recabar información de primera mano sobre la venta de mi casa a mis espaldas. Para poder pasar página necesitaba elementos concretos, ya que mi madre me había hecho una quinta columna y dinamitó, en transacción monetaria, el inmueble donde nací y crecí. Se trata de la descomposición máxima de la nación y de la familia. Cuando uno se marcha, según en qué familia, es como si uno muriera, como si pasaras a mejor vida y no te hicieran falta ni tus recuerdos materiales.
Al margen del dolor que ocasiona una traición familiar, uno se pregunta qué hacemos allí de paso, en el aeropuerto, ante tantas miradas escudriñadoras y malditas, ante una báscula con todo el equipaje, por si hubiera sobrepeso, humillado por la rectitud déspota de los agentes de la aduana. ¿Qué necesidad tenemos de pasar por allí? ¿Por qué nos pesan, nos sopesan, nos miden y humillan una hora esperando a que aparezca nuestra maleta en la única cinta de desembarque del moderno aeropuerto? Nadie, en el mundo, podría comprender por qué nos pesan el equipaje después de bajarnos del avión.
Mi mujer habla poco; se cuida de ofender. A veces no puede más y se regala con un sarcasmo:

-Mi amor, si no pesaran el equipaje se hundiría la isla.


Junio 2007

8 comentarios:

Mauricio Pimienta dijo...

Hola Jorge!
Buena descripcion de algunas notables truculencias nuestras. Incluso la parte mas personal del post no deja de ser cada dia menos comun.
Volvere a cada rato...
El abrazo!!

Anónimo dijo...

Gracias, Mauricio. Nunca pensé que volver fuera tan duro. La ficción del cine se queda muy por debajo de lo que realmente encontré. Seguiré narrando para no quedarme con las cosas por dentro. Un abrazo.
Jorge

Anónimo dijo...

Hola Jorge:
Es penoso lo que cuentas de tu madre, y peor aún que venga de ti que al fin eres su hijo. De leerlo siento pena por tí y ya no sé entonces si creer todo lo mucho y lindo que has dicho de tu padre. será verdad que era tu mejor amigo?, será verdad que siempre te dio el consejo oportuno?
Lo más penoso de todo esto es que tu madre no va a poder saber lo que escribas de ella cuando muera si es que dices algo.
Veo tu respuesta al comentario anterior y me alegro de que sigas escribiendo porque sin duda que lo haces bien, especialmente cuando no te metes en política. es bueno que lo hagas para no quedarte con las cosas por dentro pero ten cuidado no vaya a ser que en vez de la isla el que se hunda primero seas tú.
un abrazo a pesar de todo. No me gusto leer esto tuyo.
Yo

Jorge Ignacio dijo...

Con la mente fría, y más leyendo el comentario respetuoso que me hacen aquí arriba, casi tengo decidido arreglar la lamentable pataleta sobre mi madre (borrarla). Con la sangre caliente, acabado de llegar de La Habana y de pasar por delante de mi casa y hallar a un desconocido sin camisa en la puerta, la escribí. Es extraño que mi mujer no me halla llamado la atención, siendo ella tan comedida. Debe ser que se puso en mi lugar y perdió la objetividad de las cosas. Reconozco un ánimo de venganza en la mención a mi madre. Es imperdonable. Así debí sentirme de impotente. Mi padre, que sin dudas fue un gran amigo y consejero, no me hubiera aceptado que me desbordara así. El blog es intimista, cierto, pero también un espacio ético según qué gente lo lleve. Traté de demostrar cómo hasta la familia de uno se puede llegar a aprovechar de las injustas leyes de Cuba. Gracias, amigo (a)lector por el comentario tan oportuno. Supongo que habré dejado claro que no me refiero a la pérdida de la casa como inmueble, sino como un pedazo grande de mi vida. Allí nací.
Un abrazo:
Jorge

Jorge Ignacio dijo...

Fe de erratas:

Donde dice "...halla llamado la atención..." debe decir "...haya llamado la atención...".
Gracias

Anónimo dijo...

No me parece para nada penoso el comentario sobre su madre, ni mucho menos desagrabia lo que él pueda sentir por ella (doi fe que la quiere, por eso nos demuestra que le duele tanto). Nadie es nadie para juzagar a los demás. Que sea poco ético, posiblemente, pero uno es libre para expresar lo que quiera y como quiera. Por cierto, creo que su madre sabe lo que él piensa. Por lo que escribe y como lo hace, denota que es una persona que expresa sus sentimientos.
De todas maneras, donde se encuentra el límite entre la verdad y la ficción. Nunca nadie pierda esa perspectiva.

Uno se unde cuando se guarda la mierda dentro y no tiene el valor para espresar lo que piensa sea del tema que sea.
Dedicado a tí Anónimo.

No te reprimas nada Jorge, repito nadie es nadie para juzagar.

Una admiradora

Jorge Ignacio dijo...

Gracias, Lolita, por tus palabras. Y también por la complicidad aunque no nos conozcamos. Solo quiero agregar algo.Al anónimo (a) de las 7:33 le digo que, ahora que puedo me meto en política porque disfruto de la libertad de opinión, y porque, mirando bien las cosas, todo tiene una implicación con la política. Ya se lo dije una vez a alguien: la economía de un país es consecuencia de la política de éste.
Jorge

Anónimo dijo...

Hola!!! Jorge...
Estoy de acuerdo contigo en que el aeropuerto de La Habana, arquitectonicamente no vale nada... Pero es el salto a la modernidad, la esperanza y las iluciones. En esas cosas probablemente sea el mejor.
Saludos, Eduardo.