Voy a hacer el experimento de mi querido amigo Amadito del Pino, dramaturgo, quien juraba que como mejor escribía era con resaca. A él se lo creí siempre. No hacía falta ponerse tan dramático, por mucho que tal actitud fuera inexorablemente ligada a su profesión. Y, cuando acabe de escribir estas líneas, le dedicaré un pensamiento astral derrumbándome por fin en mi dulce cama de los sábados. Pero resulta que, además de una contundente flojera, hoy tengo un día gris por delante. Y no es una metáfora. Querido amigo: no puedo evitar recordarte porque sé que tengo que escribir por oficio, como te tocaba a ti un día cualquiera de la semana etílica que comenzaba y terminaba en los jardines de la UNEAC. Me resisto a llevar una vida contemplativa ante estas cosas que pasan en la política española, que son algo más que humorísticas. Son teatrales, y ya vamos por el tercer acto. Una vez bromeé con el asunto de los papeles de Salamanca –que por lo visto no son de Salamanca- fantaseando con que le llegaban en cajas a un emigrante marroquí asentado en Barcelona. Hoy me tengo que alejar de la ficción porque esta mañana leí en el periódico que se complica el caso, pues, en principio, esos papeles debían estar viajando este fin de semana hacia Cataluña. Pero no. Dice el periódico que se encuentran retenidos en Madrid. Después del show que se montó para sacarlos del Archivo Nacional de Salamanca, en el que el gobierno tuvo que actuar con nocturnidad y fuerte protección policial, ahora resulta que se encuentran en prisión preventiva. “La Sala de lo Contencioso-Administrativo de la Audiencia Nacional paraliza el traslado de los papeles de Cataluña como medida cautelar”, dice la prensa. Te juro, querido gordo, que si vuelven a Salamanca no le hago más caso al asunto. Te puedo asegurar que aquí en Barcelona la gente en los bares habla como siempre del fútbol y de la vida laboral –ya no se habla de mujeres-, pero no son un tormento ni la aprobación del Estatut ni la llegada de las quinientas cajas de la papelería regional incautada por el ejército nacional en tiempos de Franco. Está claro que hay esperas muy particulares –vienen, si llegan, algunos documentos de familias-, pero no hay que ser muy listo para darse uno cuenta de que el tortuoso traslado es más un asunto entre políticos. En Madrid se habla más del Estatut que aquí. En Salamanca el pueblo se siente humillado. Creo que se lo han tomado demasiado en serio. ¿No será que el alcalde salmantino está utilizando a su gente para tensar más la cuerda de las divisiones territoriales? Yo no quería escribir más sobre este tema de las quinientas cajas –las portadas de ayer de los diarios mostraban a un carretillero estatal trasladando tres estuches blancos de cartón-,pero veo que no acaban de arribar, que están retenidas en Madrid como medida cautelar. No me gustaría ver más al pobre carretillero para arriba y para abajo con dichos envases. En solidaridad con él, y en nombre de tus sabios consejos, querido gordo, he tenido que darle seguimiento al tema. ¡Uf! ¡Yo que uso la nocturnidad para otros menesteres! ¿O sería mejor decirte que aprovecho la madrugada y la resaca en otros ministerios? Ya te contaré si por fin llegan. No te olvido.
Enero 2006
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