lunes, 9 de mayo de 2011
Santa Clara: Más lejos del mito del Che
Ayer domingo, mientras se celebraba el Día cubano de las Madres, en la pequeña ciudad de Santa Clara, a 300 kilómetros de la capital, daban sepultura a un hombre de 46 años que dos jornadas antes había sido brutalmente golpeado por la policía. Según datos publicados en internet por la oposición interna, el disidente Juan Wilfredo Soto fue obligado a abandonar un parque público, pero éste se resistió y vino la avalancha de golpes, después de ser esposado.
La propia guardia urbana, que en la isla funciona como cuerpo represor de la policía política, se encargó de llevar al disidente al hospital. Allí lo analizaron y lo enviaron a casa. Dos días después, Soto tuvo que volver a Urgencias y falleció cuando estaba a punto de ser intervenido quirúrgicamente, según testimonio de Guillermo Fariñas, el conocido opositor, también de Santa Clara, que denunció al régimen el pasado año mediante una larga huelga de hambre.
El gobierno cubano, a través de blogueros oficialistas, no ha querido relacionar la muerte de Juan Wilfredo Soto con la golpiza, alegando que el hombre estaba enfermo anteriormente y su deceso se debió a una pancreatitis aguda. En cualquier caso, lo que sí está comprobado es que lo apalearon, maniatado, en la vía pública, por el simple hecho de pensar diferente y exigir un cambio de gobierno, elecciones libres donde figuren varios partidos y libertad de expresión y acceso popular a la red de redes. Este paquete de demandas suena muy grave en un país controlado desde hace cincuenta años por un gobierno militar de partido único, si se compara con la legalización, ayer mismo, del partido vasco Bildu, del cual, incluso, se sospecha alguna relación con la banda terrorista ETA.
El camino hacia la democracia en Cuba está repleto de espinas, de maleza crecida en un clima hostil hacia la disidencia. Esa palabra suena bastante mal entre la población civil; suena a demonio, a sujeto proscrito automáticamente, a causa judicial abierta por espionaje o apoyo a las labores de la Agencia Central de Inteligencia norteamericana (CIA). Pero hoy en día es difícil que, desde afuera, no nos enteremos rápidamente de los atropellos que comete la dictadura, aunque, por desgracia, los de adentro sigan al margen de la noticia.
Un twit de Yoani Sánchez me puso al corriente de la muerte de Juan Wilfredo Soto, al consultar mi teléfono móvil ayer por la tarde, mientras celebraba el Día de las Madres con unos amigos en Barcelona. Al llegar a casa, investigué la red y ya estaba servido el contrapunteo entre los bloggers oficialistas y los independientes. Los primeros, también vía Twitter, incluyendo al director del periódico de la localidad, negaban que el disidente hubiera expirado a partir de la golpiza; pero el portal independiente Háblalo sin miedo, creado con tecnología Blogspot, emitía una secuencia de llamadas telefónicas con detalles recabados por opositores al régimen, quienes hacen públicos sus propios nombres y apellidos.
A diferencia de los países árabes donde han tenido lugar recientemente las revoluciones que, en algunos casos, han derrocado dictadores, en Cuba la telefonía móvil todavía es controlada con mucho celo. Son escasos los ciudadanos que pueden pagarse un servicio de emisión de datos y los que lo hacen para dar a conocer la realidad de la disidencia son acusados de mercenarios. El portal mencionado arriba, que ofrece un listado de activistas internos a los que se les puede recargar al móvil desde el exterior, seguramente estará en la lista negra de la dictadura, acusado de propaganda enemiga y de alto riesgo para la soberanía nacional, cuando muchos de estos servicios de internet surgen a partir de iniciativas particulares sin ánimos de lucro.
Si ayer, desde el exterior, supimos inmediatamente de la muerte de un opositor de solo 46 años, presuntamente a causa de una paliza, años atrás estos hechos, que sucedían con mucha frecuencia, quedaban en la retina de unos cuantos transeúntes que ni siquiera sabían qué estaba ocurriendo, porque el gobierno se ha encargado hábilmente de relacionar sus reprimendas políticas con la delincuencia común.
Sin ir más lejos, el parque Leoncio Vidal, del centro de Santa Clara, donde fue reprimido Juan Wilfredo Soto, ha sido escenario de cargas contra homosexuales que se reunían allí. Santa Clara es quizá la ciudad de Cuba que mayor población gay tiene en proporción a la ciudadanía de la isla, la de mayor índice de SIDA según escuché in situ una década atrás. El “problema” del parque central, que ofrecía una imagen irresistible para un gobierno tradicionalmente homofóbico, se resolvió mediante un agente cultural que se ofreció para dar cobijo a este importante segmento social, en unas ruinas rehabilitadas para espectáculos artísticos, muy cerca, por cierto, del parque.
Si la disidencia política, organizada y pacífica, continúa tomando fuerza en Santa Clara, y si este hecho de muerte a partir de una carga policial llegara a movilizar a parte de la población civil de esta localidad, me pregunto qué hará entonces el régimen para sacar a sus opositores del parque Leoncio Vidal.
El proyecto estatal de convertir esta ciudad del centro de la isla en un lugar de peregrinaje hacia la supuesta tumba instalada allí del Guerrillero Heroico –como impulso turístico a un perímetro urbano que no tiene playas pero sí personalidad histórica-, quedará en vano ante las referencias de la represión, desde Fariñas hasta Juan Wilfredo Soto, pasando por una abundante población gay arrollada, años atrás, en la vía pública por las fuerzas del orden.
En la imagen superior, el disidente Juan Wilfredo Soto, presuntamente fallecido a raíz de una golpiza policial ocurrida hace pocos días en Santa Clara.
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