En su doble papel de vicepresidente primero del gobierno español y ministro del interior (acumula mucho poder este hombre), Alfredo Pérez Rubalcaba puede llenarse de gloria o embarrarse hasta la coronilla, según sea capaz de manejar decisiones y articular un discurso convincente. No se vale, creo yo, jueguitos de palabras, trabalenguas y acertijos, de esos a que nos tiene acostumbrados cuando está delante de las cámaras de televisión, e, incluso, en las encendidas discusiones parlamentarias.
Todo el mundo asegura que Rubalcaba será el sustituto de un Zapatero agotado, pero lo que no muchos tienen claro es que vuelva el PSOE a gobernar España. Una muestra de esto se verá el domingo en las elecciones municipales. Lamentablemente, el Partido Popular saldrá airoso y no es para menos. Lamentablemente, en España los partidos pequeños no tienen programas interesantes, solventes, que puedan dar un giro a la política de este país. Los partidos pequeños, sencillamente, se dedican a vivir de la política. Lamentablemente, y aunque parezca mentira a juzgar por las plazas llenas de manifestantes ahora mismo, los españoles son animales de costumbres. Somos, con el plural de modestia por delante. (Tengo pasaporte ibérico).
Alfredo Pérez Rubalcaba, que no es nada guaperas como un Artur Màs (CiU), se ha vuelto un tipo atractivo a base de una verborrea fácil que parece estar a tono con el sujeto español promedio, porque este cántabro sabe bajar la escalera sin tener que hacer concesiones al lenguaje, sin perder el respeto, en pocas palabras. También hay que agregar que su lucha antiterrorista está bastante bien gestionada, algo que, en principio, debe unir a las dos España.
Pero su momento más meridiano –después de lucir en gobiernos anteriores en los papeles secundarios que, se sabe, a veces son más decisivos- lo pone en un aprieto de marca mayor: ¿Será capaz de dar la orden para dispersar a los manifestantes que el domingo harán una semana acampados en la Puerta del Sol?
Para este sábado, día de reflexión en la víspera de las elecciones, está desautorizada la acampada, no solo en Madrid, sino también en Barcelona. Rubalcaba ha dicho que, de momento, la policía estará allí solo para vigilar que no ocurran desórdenes públicos. O sea: no pretende utilizar las fuerzas del orden si no es necesario.
Aunque se la juega.
Se habla de provocadores ultraizquierdistas que pretenden reventar las protestas pacíficas con las que, seguramente, el ministro de interior estará de acuerdo, por más que le puedan entorpecer su carrera.
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Una joven dibuja el rostro de Alfredo Pérez Rubalcaba entre las imágenes de Rajoy y Aznar. Ocurrió en Plaza Catalunya. La inconformidad general ha llevado a meter a los políticos en un mismo saco, sin distinguir tendencias.
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