Una de las primeras escenas de la película Princesas muestra con agilidad y con naturalidad el pubis de Candela Peña. La joven actriz, premiada este año con un Goya por su interpretación en este filme, se sometió a una secuencia de desnudo pélvico que competía con los créditos iniciales: ¡a ver quién se fija en los nombres del editor, del director de fotografía, del guionista, del ambientador, del director incluso! Nadie. Bueno, yo sí; en una segunda vuelta cuando “rebobiné” el DVD al cabo de tres o cuatro minutos del metraje. Muy valiente es Candela por asumir una escena –llena de cortes, es cierto, pero bien hechos- en la que el guión le pide que se ponga a trajinar semidesnuda por casa de buena mañana, como si no pasara nada. No sé si hubiera soportado un plano secuencia –la actriz, porque el espectador moriría en el intento-. Ella tiene madera y lo ha demostrado con creces en esta cinta en la que dignifica el oficio más antiguo del mundo, y vuelvo ahora a la susodicha escena del principio: contando dinero en cueros –por cortes, no importa- se puede sugerir la misma sensualidad y dureza juntas que tendiendo la ropa en cueros.
En el momento de escribir esta crónica, he dejado la película porque me llamaron del trabajo y tuve que salir volando. Por el camino me puse a pensar en un cuento que me hizo una amiga de Rubí –una pequeña ciudad cercana a Barcelona. La historia, real, ocurrió en Rubí y fue una chica cubana la protagonista. Resulta que, en Cuba, candela sólo significa fuego, mientras que aquí es un nombre de mujer. A la pobre chica –cuenta mi amiga Elena- se le estaba quemando la casa y se le ocurrió salir al balcón a gritar: ¡Candela!, ¡Candela! Como era de esperar, la gente pensó que estaba llamando a alguien y no le hicieron ni el más mínimo caso. Cuando por fin aparecieron los bomberos, el incendio tuvo que ser declarado como de grandes proporciones.
Como he tenido la suerte hoy de pasar una tarde bastante tranquila –aún sigo en el trabajo-, me he puesto a escribir sobre una elucubración que tiene que ver con los alrededores de mi casa. (En mi casa, dicho sea de paso, me espera el DVD de Princesas que no sé si retomarlo por donde lo dejé o comenzar de nuevo por los primeros sugerentes créditos). La idea es que, como vivo al lado de los bomberos, de los bomberos más antiguos de Barcelona –me refiero al inmueble de la calle Provença-, pasaré por allí para sugerirles que vean esta película en sus ratos de ocio en el cuartel. Como sé que los bomberos son enrollados, y que cuelgan carteles –el más conmovedor fue la tela que atravesaba la calle con los rótulos: Els bombers diu NO a la Guerra, cuando Aznar nos llevó de cabeza a esa increíble intromisión en Irak-, les propondré fundar un Club de Fans de Candela Peña, o, si les parece ambicioso el proyecto, podemos dejarlo en La Peña de Candela . ¡Son tan enrollados!; de verdad, lo digo yo que los veo todos los días en la acera jugándosela con cuanto cuerpo femenino pasa por allí. Los de Rubí supongo que también. En fin, veré si puedo continuar con la película cuando llegue a casa. De momento, si se mantiene tranquilo el ambiente en mi trabajo, puedo ir pensando en el diseño del carné de socios. Y en las cuotas.
Febrero 2006
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