sábado, 7 de abril de 2007

Te quiero

Cada vez que escucho esas palabras por la calle, pienso que me estás hablando al oído a altas horas de la noche, cuando hacemos el amor entre dientes para que no nos sientan los vecinos. Ni tú ni yo tenemos la culpa de que las paredes de toda esta ciudad sean membranas de pez, por donde transpira nuestro deseo con la arritmia necesaria. Está prescrito facultativamente que tenemos que acelerarnos sin miedo porque se nos hace necesario desarrollar este vértigo. Sin pactarlo intuimos el susurro como paliativo pues está claro que no nos íbamos a callar. Descubrimos así la palabra trasfigurada, la moldura personal de esos momentos innombrables en los que nuestra habitación parece un espacio lunar. Allá donde dicen que no existe nadie, en esa punta de años observada a través de un telescopio, estamos nosotros desvelados. Jugamos a nombrarnos con el tacto porque la luz blanca no alcanza. A esa hora modulamos las formas como un vicio porque comenzamos así y así nos acostumbramos a conseguir intimidad. Sabemos que los vecinos no están a veces y no ensayamos proyectar la voz. ¿Para qué? ¿Para qué molestar? Vivimos en un mundo aparte construido palmo a palmo con la ilusión de sorprendernos nosotros mismos, cada día, con los colores que salieron de una carta anárquica. Ha sido lindísimo construir sobre la marcha y sobre la marcha irnos enamorando del espacio que elegimos, que no se parecía en nada al de ahora. Si nos ha llevado esfuerzo eso no se cuenta ahora mismo. Cuando aceptamos esta galería llena de papeles amarillos no medimos el grosor de las paredes ni los decibelios posibles, ni pensamos en la música ni en el espacio lunar –entre otras cosas porque era inimaginable-, ni en la fecha de construcción del edificio. No sé cómo te sientes tú reposando insomnios en esta casa centenaria; yo me alegro de formar parte del ideario de aquellos constructores porque me da orgullo cumplir con las exigencias acústicas. No es por ellos, es por ti. No te concebiría de otra manera. Tu declaración no jurada al oído me hace el efecto del coro popular que a veces siento, u otras veces leo en los labios de miles de personas que caminan como locos y como locos entran en los autobuses y como locos salen de las puertas sin mirar. Cada vez que me rozan el abrigo, que me rozan el paraguas pienso que dicen Te quiero. Todos maquinamos constantemente lo que nos gusta hacer o lo que nos gustaría soñar, y casi no atendemos a nada. Nuestras maneras de estar en la noche levitando con el tono regulado es una respuesta de irreverencia aunque no lo parezca. No hay que ganar espacios con egoísmos sino con sentido común y el nuestro no tiene desperdicio.


Primavera 2007

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