martes, 3 de abril de 2007

Tirando hacia adelante

Abuso humildemente de cierta licencia libertaria que me ha regalado la vida, y, una tarde de lluvia como la hoy, me concedo una reflexión sobre la ética, basado en un hecho verídico.
Mi colega Raúl Rivero escribe los sábados en el diario El Mundo. Lo leo y lo disfruto. Gozo con su prosa suelta, ocurrente, lírica, justiciera. Pienso que su firma prestigia ese periódico. No compro El Mundo: está situado diariamente en la cafetería que visitaba por las mañanas. El verano pasado, como casi todas las personas en este país hacen vacaciones, dejaron de llevar el diario, porque se ve que es el dueño quien lo compra para sus clientes. Se le olvidó que hay clientes fijos, como yo, que no tienen vacaciones. Reclamé El Mundo –por leer a Raúl Rivero-, y la camarera me respondió que no lo tendría hasta septiembre. Por primera vez, entonces, lo compré, en un kiosko. Acto seguido me pregunté si era mejor que el poeta y periodista Raúl Rivero llegara solo a mis manos, naturalmente, colado entre las páginas sabatinas, de paso por una cafetería. Y sí, tenía razón. No debí buscarlo, pues la lectura no me supo igual. Entonces me di cuenta de que, al comprarlo, había forzado una situación.
La grave crisis filosófica duró durante toda una mañana. Por esos mismos días llegué a la conclusión de que soy susceptible a atravesar futuros debates internos de ética del emigrado.
En primer lugar, Raúl Rivero fue “fichado” por El Mundo porque, al llegar a España, provenía de una prisión en Cuba. (Sin cuestionar su talento como cronista). ¿Si me hubieran ofrecido su papel yo lo habría aceptado? Claro que no. Hubiera evitado la cárcel a toda costa.
Entonces comprendí que no debía situarme en el plano de Raúl Rivero, sino en el de su hijo.
¿Si mi padre fuera Raúl Rivero hubiera aceptado su liberación a cambio de que la Unión Europea aflojara el cerco político en el que tenía al gobierno cubano? Lo hubiera aceptado, por supuesto.
De todo este complejo rollo ético me quedó claro que seguiría leyendo al poeta y periodista si se me cruza en el camino. No volvería al kiosko por El Mundo, eso sí. Esperaría hasta septiembre con un libro de la estantería de mi casa dejándome llevar por las casualidades. Porque fue así como me lo encontré, de pura casualidad en una cafetería.
El tiempo, ese del que hablé alguna vez, me lo ha facilitado todo. Por cuestiones de trabajo tuve que cambiar de cafetería, de camarera, de dueño de bar y de periódico. Queda claro que soy un lector eventual.



Primavera 2007

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